Conocí a Sean en un viaje de Stuttgart a Berlín en Flixtrain, esa maravilla producto de la liberalización del sistema ferroviario en Alemania, prueba de la superioridad de lo privado. Nuestra jefa nos envió, junto con un tercer colega de Gales, a una conferencia de profesores de inglés.
Sean era inglés, de padre australiano, y había estado en Francia muchos años antes de establecerse en Heilbronn, donde llegó a tener tres hijos con una mujer de la que, en esos momentos, se estaba divorciando -por iniciativa de ella.
Un cachondo. Así podría definirse simplemente a Sean. Broma detrás de otra y cerveza detrás de otra, como es de esperar en un británico, llegué a la capital alemana con el buen humor que te da haberte partido de risa durante un viaje tan largo.
Pero Sean no era todo risas. A veces podías hablar con él de temas profundos, o mejor dicho podías escucharlo con temas profundos, porque no era alguien que escuchara bien al otro. No es algo que se recomiende a los profesores de inglés, pero sus clientes aparentemente estaban contentos con él. Después de todo, escuchando también se aprende.
Él era de un discurso muy self-deprecating, como es típico de los ingleses: crítico consigo mismo y al mismo tiempo muy adulador con el otro. A veces, aunque esto no lo noté en Berlín sino durante los pocos encuentros que se sucedieron en Heilbronn, si dabas tu opinión en medio de su homilía, se molestaba respondiendo con un 'no, no, no', como queriendo decir: 'déjalo, yo tengo razón siempre', lo cual me molestaba bastante.
Llegaba muy tarde a nuestros encuentros. A veces media hora y a veces hasta una hora después. Lo invité a mi boda, y dos meses después, aun en plena pandemia, lo invité a mi cumpleaños. Esa fue la última vez que lo vi.
Sean tenía un problema que en España y Alemania llamaríamos alcoholismo y que en el Reino Unido probablemente consideren simplemente falta de control -ya sea en consumo, o en el control de sus consecuencias. Pocos minutos antes de irse, Sean había estando elogiando en el pasillo a mi mujer, con lo guapa que es y lo mucho que vale para todo. Cuando llegó la hora de despedirnos, mi mujer se ofreció a llevar a Sean a su casa, y creo que todos -el profesor de Gales también estaba ahí- pudieron percibir mi cara de poco convencimiento. Aun hoy pienso que si mi mujer no se hubiera ofrecido, Sean y yo aun seríamos amigos. Pero se ofreció, y yo rechacé con una excusa que no recuerdo, pero que incluso un borracho puede decodificar perfectamente en su mundo temporalmente ebrio.
No me acuerdo de quién acabó llevando a su casa a Sean. Es posible que volviera caminando. Yo, desde luego, no tengo el recuerdo en mi memoria de haberlo llevado a su casa. Lo que sí recuerdo son mis mensajes felicitándole la Navidad y él respondiendo con frases muy parcas. Recuerdo anunciarle que pocos meses después, en febrero de 2021, recibiría la nacionalidad alemana y que él me respondió con humor -algo así como ''vas a convertirte en uno de ellos'', pero aun muy parco. Yo sabía que él estaba dolido, pero consigo mismo, no conmigo.
Desde entonces no hablamos más, y tampoco me he esforzado en retomar el contacto.