Doy por seguro que cuando vuelva a España, después de año y medio sin pisarla, muchos me verán cambiado, o al menos yo me veo ya muy cambiado, y eso que estoy aún viajando, sin ser todo lo consciente de mis cambios que seré en mi retorno. Pero puedo presentir que muchos aspectos de mi 'yo' de antes de partir a Colombia -primer destino de esta gira- han desaparecido o se han transformado.
Quiero pensar que ese cambio ha sido inequívocamente positivo. Y eso me da miedo. Porque si hay cosas que he cambiado y que me gustan, puede que a otros no y entonces me siento incómodo. Por ejemplo, Oceanía, y en particular Australia, me han desinhibido mucho a la hora de actuar, de dar un paso adelante. Ahora pienso menos las cosas y endulzo menos lo que quiero decir; arriesgo más; voy directo al grano; digo lo que pienso sin pensar mucho lo que digo, como cantaba Fito; y eso, en una sociedad como la europea y, por ende, la española, donde priman los eufemismos y la corrección política, puede tener consecuencias. Al desinhibirme, ya sea haciendo más bromas, diciendo más palabrotas o atreviéndome a hacer comentarios que a otros les puedan sonar inoportunos, yo me libero, porque digo lo que pienso y lo expulso; pero puedo pecar de maleducado, desconsiderado o insensato.
Creo que para el bienestar emocional es preciso dar rienda suelta al interior, aunque siempre con la mejor de las intenciones y con respeto o humor hacia el prójimo. El europeo interpreta las cosas muchas veces con desconfianza, ve agresividad donde sólo hay franqueza. Esas ganas de ser sincero son las que pienso que me han llevado a tener pequeños errores hablando con familiares por teléfono, como al decir en público que un sobrino mío tenía una gran cabeza, leyéndolo su padre. Es algo que sigo viendo normal, al menos en muchas familias, pero que después de tanto tiempo sin contacto directo con la mía, puedo ver ahora con cierto arrepentimiento.
Me gustaría tener ganas de desglosar las razones por las que pienso que hay tanta diferencia entre la relajación de los australianos y neozelandeses y la tensión siempre a flor de piel en los europeos. Pero creo que son muchas. Lo resumiré en que es una cuestión de demografía e historia. También algo se debe a la diferencia entre las economías, una en permanente crisis desde hace siglos y otra en tranquilo y constante crecimiento desde la fundación de sus Estados, sin la irrupción de guerras o diferencias culturales étnicas numerosas. De hecho, Australia y Nueva Zelanda pueden presumir de ser de los pocos países occidentales sin haber contado con guerras civiles, si ignoramos por supuesto las guerras coloniales, cuando aún no existían los Estados. Curiosamente, el único desfile militar que celebran estas dos naciones (el ANZAC day, que se celebra hoy) se hace en honor a los caídos en la Primera y la Segunda Guerra Mundial, de las que cada vez quedan menos veteranos con vida.
Pero lo que más influye en esta diferencia de tensión, de forma de vida, sin duda alguna es la situación política, o sea la organización de nosotros mismos. He repetido muchas veces que la política no es algo que tenga que gustarnos o no, sino que es un fenómeno en el que tenemos que interesarnos nos guste o no. En la siguiente entrada me gustaría explicar el por qué.
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