La situación es esperpéntica. Debe haber gente en el PP que sepa que para tumbar al PSOE es necesario sacar como mínimo 5 puntos en las encuestas, porque la capacidad movilizadora y el último coletazo son siempre de índole socialista. Siempre. Quiero decir, que los resultados que muestra hoy el CIS deberían ser desoladores para el principal partido de la oposición, máxime cuando en las últimas elecciones europeas -que no supusieron nada para el cambio de rumbo en esta mar de crisis- la ventaja sobre el partido del Gobierno fue de 4 puntos.
No nos engañemos. La impotencia brilla por su ausencia en la sede del PP. Los únicos que de verdad se abrasan en el infierno de las butacas rojas del Congreso son los socialistas, cuando no ocupan la sosegada fila de asientos azules. Sin embargo, para el ciudadano que ha perdido su empleo y se fija mínimamente en lo que le rodea, el clima es bochornoso y no precisamente por el calor que azota la Península.
Salgo ayer a poner gasolina, y en los 3 cruces de avenida hasta Luis de Morales me he encontrado con sucesivos carteles del Plan E. Todos colocados en oblicuo de manera que desde cualquier esquina puedan leerse las letras grandes y el distinguido logotipo del plan más famoso del Gobierno. ¿Se volverá contra el Ejecutivo tamaña responsabilidad para frenar el desempleo?
Sigo avanzando y llego a la gasolinera. Son las 4 de la tarde y en Sevilla no se puede respirar; no se puede pasear con la pareja porque el sudor hace de resina y la camiseta se pega al cuerpo, haciendo de los paseos idílicos una experiencia infernal. De modo que todos prefieren quedarse en casa, menos aquellos que no tienen casa, que por cojones han de buscarse la vida y los huevos en la sartén de las aceras. Entro en la estación de servicio y un sujeto encorvado, tembloroso, desaliñado, sucio y abriendo la palma de la mano extiende sus venas saltonas en dirección a mi furgoneta. Quiere algo, pero no tiene fuerza para articular sus labios. Me acuerdo del juego Resident evil porque siento que me ataca un zombi. Paso de él, saco la manguera y la meto en el depósito, me giro y veo al drogadicto en una posición típica de sus correligionarios: manteniendo los dos pies en el suelo, agacha el tórax y la espalda pasa a ser el punto más alto de su cuerpo. Parece estar rellenando de gasoil las reservas de la gasolinera...
El empleado, desde su cabina, menea su cabeza en señal de negación. Salgo de allí en dirección Huelva, y otro señor bajito empuja un carrito de la compra por las aceras de la Avenida de la Cruz del Campo. Tiene el pelo blanco, parece un nido de pájaros y pese a los 40 grados lleva un abrigo que no quiere perder por si el invierno se adelanta. La sensación térmica en la capital andaluza es mayor que los datos oficiales de pobreza. Es como cuando vacías la bañera, que toda el agua se escurre pero permanece la espuma, venenosa. Y la sensación es de exceso de espuma; la propaganda más eficaz contra un Gobierno: la realidad de la calle.
2 comentarios:
llegué de blog en blog y me quedó en el tuyo, me encantó lo que lei y como escribis, saludos...
Eso mismo pienso yo cuando tengo que ir al centro de Barcelona y veo lo que veo por las calles. Y es que esos fantásticos carteles de los que hablas no dejan ver el bosque de la verdadera crisis (para deleite de los gobernantes).
Besos bochornosos! (por el calor, claro, ja, ja, ja)
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