Fachada principal de la Universidad de La Habana.Éste será el título del libro que escriba en cuanto resuelva la formación superior que tengo planeado acabar en pocos años. Quiero escribir sobre 'los mejores años de nuestra vida'. Quiero relativizar todas las afirmaciones que se hacen en este periodo de aprendizaje y madurez. Quiero plasmar todas esas impresiones que yo he tenido que puedan ayudar a los jóvenes del futuro a entrar con buen pie en el mundo universitario.
Esta entrada de blog es, por tanto, un mero aviso. A mis 22 años he visto ya 21 países, y siempre he considerado que mi entrada en la facultad ha sido como la entrada de un científico en una perrera, en una pecera de tiburones o en el Museo de Historia Natural de Washington. La razón es simple: modestia aparte, siempre he tenido una imagen muy buena de mi grado de observación. Nadie en este mundo puede superarme en observación. Nadie. Que alguien lo intente. A joderse toca.
Me creo capacitado para escribir un libro de estas características. Mi fuente de inspiración serán las vivencias de Michael Crichton, Dominique Lapierre y otros personajes que incluyen, cómo no, a Casanova; por otro lado, de amores poco puedo presumir. También me ayudarán las experiencias escritas y recordadas de esos 21 países.
Ahora que estoy en cuarto de carrera, puedo comprender por qué dividieron las licenciaturas en primer y segundo ciclos. En el primer ciclo somos niños, en el segundo, somos ya hombres; con excepciones, claro. Ahora, en cuarto de carrera, los alumnos temen a sus profesores, se asustan por la cercanía de la luz del túnel y participan en clase anticipando un futuro trabajo en ruedas de prensa. Otros, se apresuran a recorrer el mundo que no han divisado en sus 21 años de existencia, más allá del Guadiana, del estrecho de Gibraltar y de Roncesvalles. Es ahora o nunca.
La universidad es un laboratorio de humanos. ¡No es más que eso! Y es el lugar perfecto para el estudio de la sociología. De hecho, resulta un tanto ridículo estudiar esta materia en primero de carrera, cuando la materia es el propio edificio. Toda la sociología está en el comportamiento de la comunidad universitaria.
Huelga alabar el pseudónimo concedido a licenciaturas y diplomaturas, ahora grados: esto es verdaderamente una carrera, y no un trayecto, o un proceso, o un lustro estudiantil. Es una carrera porque los estudiantes corren, algunos dormidos los primeros años, otros haciendo sprint los últimos. Los corredores boltianos llegan primeros y triunfan, los holgazanes abandonan antes de entrar en el segundo ciclo, cuelgan las botas y engrosan el 10% de deserciones en estudios superiores.
No sé si es un gusanito o una solitaria, porque ahora mismo tengo hambre; el caso es que siento algo muy gratificante, y a la vez triste, en mi interior, cuando recuerdo esos días de agosto de este año, esos 20 días recorriendo la isla de Cuba de oeste a este y viceversa. Recuerdo con especial nostalgia mi estancia en la ciudad de Camagüey, no sólo porque fue el ecuador de mi viaje, también porque conocí a una estreperlista por amor, la panadera Marisol, que me ofreció un bollo de pan de los de la libreta de racionamiento para acompañar los chorizos asturianos que encontré por pura suerte en una gasolinera de las afueras de la ciudad.
Recuerdo con predilección supina aquellos viajes en autobús, a la madrugada, por una Cuba que antes fue región española; la noche cubana es todavía virgen y la Tierra parece estar todavía formándose. La isla se asemeja a las del Monkey Island, y yo me parezco a Guybrush Threepwood al contemplar esas nubes graciosas, esponjosas y verticales, que envuelven unas tormentas acojonantes sobre la oscuridad caribeña. Tormentas todos, todos, todos los días.
Cazando las primeras estrellas del atardecer cubano. Varadero, 1-9-09
Precisamente sobre esa arena blanquecina de Varadero estuve sentado el 1 de septiembre del presente año, una hora entera, girando la cabeza a la derecha. A escasos 100 metros, una morena de pelo rizado había estirado su toalla (con el sol cayendo del todo) y disponía su cabeza en dirección a mí cada poco tiempo. Fueron miradas cruzadas, furtivas, durante toda esa hora. Ella se levantó, se dio un chapuzón en esa piscina de medusas invisibles que es el Atlántico cubano y me dio la última oportunidad. Como seguro que lo hacía por necesidad, rehusé dar un paso y ella se fue para siempre, dejándome con la intriga de lo que pretendía, de lo que pensaba, de lo que me estaba pidiendo a través de la nada.
Yo empecé a fabricarme mi planning para el cuarto curso de carrera, y el molde patrón era el molde de las nubes que tenía encima de mí.
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