Lo que voy a contar es una tontería. Pero es una minucia fascinante. Hoy he dado de comer a mis perros. Ya lo echaba de menos porque llevaba tres meses sin hacerlo, y me ha sucedido lo de siempre: que han comido con mucha delicadeza de mi mano.
Me explico. Dos mastines españoles, a la hora de hincar el diente, no se distinguen mucho de dos cerdos, como tampoco distan mucho sus colmillos de los de un león. Y sin embargo, ahora que me fijo, no son tan salvajes como las bestias de marras.
Il faut hacer la prueba. Lanza un pedacito de mortadela al aire y tu perro se lanzará como si no hubiera comido en su vida, atrapando la presa con unos colmillos asesinos que no pondrán reparo en el estilo de la ingesta. Pero si ese pedazo de mortadela se lo das con la mano y esperas a que él lo coja, saborearás el placer de que tu perro module su hocico para no desgarrarte las yemas de los dedos.
Es como si antepusiera el recato a las ganas de comer. Y eso es, simplemente, impresionante. Al igual que a los humanos nos gusta separar el perejil o un pelo advenedizo de nuestra sopa, los perros saben perfectamente apartar su presa del contorno de la mano que le da de comer. Ahora entiendo a mi padre cuando acusaba a mi antiguo perro Draco. ''Éste perro sabe latín''. En efecto, es cierto, y yo añadiría que los mastines españoles también están muy puestos con el refranero, pues siguen a patas juntillas aquello de ''no muerdas de la mano que te da de comer''.
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