Hoy toca recordar esos muchos momentos que me gustaría dejar pragmados en mi blog, esos momentos que por supuesto ocurrieron durante mi larga estancia en Montreal, Canadá.
Que yo pueda recordar ahora, he llegado a conocer a unos 30 españoles que vivian ahi en total, y que tan buenamente me acogieron. Pero aparte, esa casualidad, esa entropía de cruzarte con otros compatriotas de manera imprevista también estuvo presente. Es una sensación magnífica. Resulta curioso porque el encontrarte con gente de tu país a 6000 kilómetros de Sevilla en un autobús que hacía escala en Burlington, Vermont, un pueblo yanki con el tamaño de Huelva es posible, sí, pero resulta satisfactorio, porque la sorpresa siempre anda ahí. Es la misma sorpresa que te llevas cuando encuentras, de forma absurda e inesperada, a tu media naranja.
Cuando uno vive solo en un país diferente a su natal, uno sólo tiene como referencia su país de origen, y esto es una gran verdad. Si a tí te preguntan por la calle de dónde eres, resulta incompleto y desconsiderante decir que vienes de Sevilla o de Andalucía. Eso es algo que tienes que dejar para cuando te pregunten de qué parte exacta vienes en España.
Al caso. Yo me encontraba en mi noveno piso de estudiante cuando decidí bajar a comprar el pan, si no recuerdo mal. La nieve aún reinaba en las estrechas calles del Mc Gill Ghetto, o Durocher Street, para ser más exacto. Cuando pasaba por la recepción del edificio decidí asomarme para decirle a mi arrendataria que sí estaba dispuesto a renovar el contrato hasta junio, pero cuando me asomé, ya había dos chicos dentro del Bureau así que me quedé esperando a que terminaran. Pero fue uno de estos momentos que te quedas con la oreja pegada para curiosear, cuando mis oídos percibieron lo que pareció ser un castellano castizo que no salía de la arrendataria, una chino-canadiense, sino de los propios clientes. Estos tenían pinta de españoles, por el tono de piel, pelo y gesticulaciones, que aunque parezca que no, ayuda a identificar a la gente. El acento que yo oí salir de ellos me llevó a pensar que fueran del norte.
Efectivamente, cuando se dieron la vuelta les pregunté: ''¿Sois de Madrid?'' - esta pregunta resultaría algo intimidatoria y desagradable en una situación comunicacional dentro del Estado español, pero no, esta situación se daba expresamente en mi bloque de pisos, apartado en el céntrico barrio de Centre-ville de Montreal.
''No, de Bilbao''. -la cara que se les quedó fue la que suelen poner dos personas cuando un sujeto despistado interrumpe en la conversación sin tener conciencia de ello. Estuvimos hablando un buen rato, y algo que me sorprendió muchísimo fue la cantidad de referencias a España que hacían estos vascos, que normalmente tienden a eludir este concepto con eufemismos y omisiones si se encuentran dentro de su comunidad autónoma. Me estuvieron contanto las dificultades que tuvieron al pasar la frontera aeroportuaria, así como las actividades que normalmente desempeñaban en País Vasco.
Me hizo gracia cuando, a mitad de la conversacíon, él -era una pareja- me preguntó, con la intención de que yo afirmara positivamente su comentario, si yo era de Madrid. Mi acento, tras 7 largos meses sin contacto autóctono con España, había cambiado mucho.
A lo que quiero llegar, y con esto reanudo mi sábado de estudio, es que cualquiera que decide vivir fuera de nuestra patria por algún tiempo olvida esos ánimos o manifestaciones de enemicidad al Estado, a cualquier Estado, y comienzan incluso a echarlo de menos. Al final siempre termina echando de menos lo suyo, y a los suyos, y dando un riñón por una lata de callos, valga la rebundancia.
1 comentario:
uuuuuuu............. me as defraudadooo..... muxo muxo... como era de esperar ¬¬
esta te la guardo...
by: Anuk!
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