Me fui de España pensando, entre otras cosas, que dejaría atrás el desdeñoso comportamiento de la gente que, por la calle, sin conocerte, te interpela, se burla o directamente te toca. Sin llegar a los dos últimos casos, que aún no he visto o no he querido ver, ayer un alemán me faltó, en mi opinión, al respeto, al dirigirme la palabra.
Yo llevaba mi bicicleta por la acera y paré en un semáforo que, a las 22:00, estaba cerrado para los peatones. Al otro lado de la calle, un grupo de cuatro jóvenes (como siempre los valientes van en grupo, especialmente si hay féminas en él) hizo un gesto despectivo a ambos lados de la calle, en un aspaviento que en realidad se regocijaba de la ley, y cruzó en dirección a la acera en la que yo estaba. Yo seguí esperando hasta que el muñequito verde se encendiera. Seguía, en definitiva, el ejemplo alemán, el de una sociedad que aún no ha llegado al relativismo absoluto.
Cuando estaba a menos de dos metros de mí, el más gordo de ellos me gritó: ''¿Eres el más rápido de nosotros y te quedas quieto?'', como si dijera subrepticiamente: ''¿Cómo puedes ser tan pringado, si encima tienes una bicicleta?'' El Amo del Universo, como lo llamaría Tom Wolfe, sólo recibió de mí una leve sonrisa condescendiente, pero cosechó las carcajadas de sus acompañantes, lo que me llevó a pensar que no había entendido la totalidad de la frase.
Después de haberle sonreído, pensé si no hubiera sido mejor no mirarle, siquiera dirigirle la mirada. Hacer como si pasara o no entendiera. También pensé en la idoneidad de haberle hablado en español y aprovechar que no me hubiera entendido para decirle de to menos bonito.
No sé, sinceramente, qué es mejor hacer en estos casos con estos invasores.
1 comentario:
Se les ignora como si no existieran. Eso es lo mejor que se puede hacer con desconocidos maleducados. Que les den morcilla (ya quisieran, ya, con lo rica que está).
Besos y feliz semana!
Publicar un comentario