Hay una palabra en inglés, encouraging, que lamentablemente no existe en español. Se puede decir ''motivador'', ''animador'', ''adulador''... pero ninguna palabra suena tan bien como ''encouraging''.
Cada día aprecio más la labor pedagoga de Cristóbal, mi profesor de Matemáticas en Bachillerato, allá por los años 2003/2004. Creo que fue el mejor orientador universitario, pese a que tuvimos a una miembro del colegio destinada ex profeso a prepararnos para la entrada en la Universidad y, con ella, en un nuevo ciclo de nuestra vida.
Entre inecuaciones, matrices y circunferencias, Cristóbal pegaba bufidos los viernes y nos hacía ver -al menos a mí, siempre despierto- que en la vida no todo era diversión, y que el respeto también contaba. El alboroto ciertamente le agotaba. Nos quería enseñar que teníamos que hacer un esfuerzo, porque vivíamos en un país con futuro, no en Tanzania -siempre el mismo ejemplo-, y que nuestros padres estaban pagando una educación.
Una mañana de 2004 recibí la nota de un parcial. Era un 4. Me puse triste, pero el colmo llegó en su despacho. Él trataba de explicarme que no estaba tan mal, que eran pequeños fallos que, como siempre en matemáticas, arrastran resultados erróneos. No sé cómo ocurrió exactamente, pero me puse a llorar, clamando que mi padre se estaba gastando un dinero en la academia, y que había servido de poco. De repente se le iluminó la mirada, sus gafas parecieron agrandarse, y con alegría contenida me dio un nudge en el hombro y me dijo que no era común que un alumno pensara en los esfuerzos de sus seres queridos, que ése ya era un buen paso. Semanas más tarde saqué un 8.
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