En pocos países he visto el encanto con que me trataron en Argentina. Desde que pisé el aeropuerto, nadie me atendió crispado o cansado de trabajar, todo lo contrario. La agente de aduanas, tuteándome; el encargado de los taxis del aeropuerto, un guaperas con ojos de tiburón que los clavaba con desafío de seducción; el taxista, un charlatán que empezó a serlo sólo cuando vio que le dábamos conversación; y los conserjes del hostal, dos jóvenes que te hacían sentir como en casa, solo que a 12 horas de vuelo de tu país. A todos ellos les unía una forma de devolver las gracias: ''No, ¡por nada!'', como queriendo decir, ''sorprendido me dejas, ¡si no las merezco!''.
El trato de los argentinos con uno es espléndido, porque espléndida es la mirada que nunca bajan. Ni el estrabismo de Néstor kirchner parecía distanciar sus ojos de su interlocutor.
Por eso, mi estancia en Buenos Aires fue una mezcla de varias impresiones. Me recordaba mucho a España por su decadencia, por la suciedad de las calles, las pintadas, las quejas de la gente aderezadas con la inmovilidad, por la picardía de sus gentes, por las cabinas de Telefónica subidas a la acera. Por la noche, Buenos Aires era prima hermana de Madrid, por el recorte de los edificios con las sombras y luces de un crepúsculo de temperatura templada y barrios de movida. Al mismo tiempo me recordaba a cualquier otra capital de Europa, por la educación y amabilidad de la gente, siempre dispuesta a ayudar. Pero sin darme cuenta, estaba en el Cono Sur de América.
3 comentarios:
Ya ves! ¿ y cuando has estado allí?
en octubre-noviembre pasado!!
Realmente me alegro mucho de que te hayas sentido bien tratado aquí, es como una caricia virtual leer tu entrada :)
Saludos
Jeve
Jeve y Ruma
PD: ¿El dibujo es tuyo?
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