sábado, 1 de mayo de 2010

LA VIDA DEL MIGRANTE EN MADRID

¿Te suena su cara? ¿Demasiado común? ¿Demasiado lejana, la foto? Pues tú podrías ser el bebé, que ni se plantea en esos momentos que alguien, tan lejos, pueda estar viéndole; tampoco se plantea su futuro, porque la pobreza sólo ofrece un duro presente y dos tazas amargas de pasado.

Llevo dos meses viviendo en un piso con siete sudamericanos. Al llegar éramos en total nueve, pero uno tuvo que marcharse a Sevilla por falta de empleo en Madrid, dejando a su mujer sola. Teniendo en cuenta que tenemos un cuarto de baño para ocho, podemos considerar que el piso en cuestión es de los conocidos como 'patera'. La experiencia es cansina al principio, pero en pocas semanas me he acostumbrado a la aglomeración, y a las tres mesas de comedor: una por cada familia.

En dos meses ha pasado de todo, y todo bajo el manto de la imprevisibilidad. Aunque parezca que no, los sudamericanos llevan una vida frenética y los cambios en su vida se producen siempre de manera repentina. Da la sensación de que no hacen nada, de que están siempre metidos en casa por holgazanería, pero esta idea falsa se debe a dos motivos principales: mientras yo, españolito, duermo tranquilo, la mitad de ellos se van de casa a las seis de la mañana para buscarse las habichuelas; en segundo lugar, su ilegalidad: el estado de irregularidad de la mayoría les lleva a refugiarse en casa el tiempo que no pasan en el trabajo, y si han de planear una salida, nunca falta el corrillo para secretar: ''¿Y por allá pasa la policía?'' ''No, mhija, allá nunca molestan''. Claro está, me refiero a salidas urgentes, porque para los inmigrantes, las vacaciones casi no existen. Los inmigrantes, hasta donde yo sé, veranean en el salón todos los sábados, viendo una película con palomitas y refrescos.

El otro día, M. fue a Sevilla en AVE para visitar a su amado. Era la primera vez que cogía el tren de alta velocidad y lo más sorprendente: la primera vez que salía de la ciudad de Madrid en dos años. Me quedé mudo cuando me contó que se había embobado con los paisajes de España entre Madrid y Sevilla. Yo, que siempre me quedo mudo mirando por la ventanilla, sean dos o tres veces las que viaje en tren al mes, me había quedado perplejo ante la idea de que no saliera de la capital en 24 meses.

El marido de M. trabaja en Sevilla hasta no sabe cuándo, y M. se encuentra con el dilema, ahora, de si irse a Andalucía o no, puesto que el trabajo allí no lo tiene asegurado, mientras que aquí sí. Está al servicio, según dice, de una familia modélica, y cree que sería desagradecido decir adiós. Con esta premisa, M. cree que no se mudará a Sevilla hasta diciembre; y entre medias, pocos viajes al sur con un bolsillo que no da para mucho más.

La vida del inmigrante es doblemente dura porque nace con un doble objetivo, al contrario que los ciudadanos del primer mundo: el primero de ellos es salir de la miseria y estabilizar su vida, fundar una familia con esfuerzo. El segundo es perseguir la meta de cualquier persona: ser más y mejor dentro de las posibilidades y de una cierta dignidad.

2 comentarios:

Mercedes Pajarón dijo...

"Dura" es la palabra que mejor define una vida "trasplantada" a otra maceta por obligación...

Besos!!!

ChusdB dijo...

¡Es preciosísimo este post,Falete,cuánta realidad y verdad contiene...difúndelo,como puedas y sepas!