Llevábamos meses con los conservadores por delante en las encuestas, pero en esta campaña Nick Clegg ha conseguido acaparar toda atención y esperanza de los electores gracias a su distanciamiento de sus dos rivales.
Y ahora me pregunto si no habrá gozado de cierta ventaja en los tres debates electorales por haber estado en medio del candidato conservador, David Cameron, y el laborista, Gordon Brown. El efecto visual de los cara a cara ha sido el de un líder más joven que los otros dos y oprimido por sus argumentos, que aprovechó para recurrir más de una vez al ''ya están [estos dos] otra vez'', una queja a la que ayudó el color chillón de su corbata -dos veces amarilla y la última, naranja.
Apuesto a que el éxito de 'Sandwich Cl-egg' no ha sido tanto la atracción de sus propuestas como el morbo de que figurara en el centro de la escena, pudiendo dirigirse a uno y a otro girando la cabeza en la dirección deseada, como un árbitro de boxeo, un agente de movilidad o un portero de discoteca. Clegg ha sido el más cercano a los ciudadanos porque ha sido una deliciosa amalgama de yema amarilla con lechuga y atún prensada por dos rebanadas de pan.
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