Nunca me había detenido a oír a un profeta. En la calle Zeil, en una tarde de sábado, me dio por pararme: quería escuchar a aquel negro enfundado en blanco. Era el clon de Geoffrey, mayordomo del Príncipe de Bel-Air. Hablaba de Dios y del cristianismo, y lo sabía por sus palabras, no por el cartel que había colocado en inglés, desplegado en el suelo: ''Gott, Gott, Gott...'' Sus dotes oratorias me hipnotizaron por completo, y no quise moverme en 30 minutos.
Con mi pobre alemán podía entender lo básico: ''Dios no está aquí (se apunta al bolsillo). Nein (disiente con la cabeza). Dios está en el corazón (se apunta al pecho)''. Ningún lugar mejor que esa arteria comercial de Frankfurt, con una nube encima que amenazaba lluvia y apocalipsis para la noche, para expresar el rechazo al consumismo y lanzar una llamada a la fe.
Cuando paraba de hablar y miraba a su alrededor, dando vueltas, soltaba de vez en cuando un ''Aleluyá'' con acento en la última sílaba, dándole a sus oraciones y profecías un toque afrikaans. Esto provocaba la risa de los autóctonos.
''Dios no está aquí (hace pequeños aspavientos con su dedo índice derecho). Nein. Está en el corazón.''
1 comentario:
Sobran profetas me parece a mí.. y faltan politicos competentes..
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