Un compañero de la tele me dijo una vez que lo que le molestaba de la gente (ese vocablo tan impersonal y desdeñoso a veces que sin embargo nos engloba a todos) era que tuviera los mismos gustos que él. Yo no le comprendí, y repliqué que quizás era más molesto sentirse raro, o sea, tener unos gustos totalmente distintos a los del respetable.
Hoy, con la huelga 'salvaje' del metro de Madrid, empiezo a comprender a mi compañero. La gente ha salido de debajo de la tierra como ratas, y la capital de España ha visto sus calles convertidas en ríos de muchedumbre. Peleas, codazos, tropiezos, carreras, bufidos, colas, frenazos, atascos, abanicos, atajos, burlas y otros elementos de la condición humana-hispánica que raramente salen a relucir. Normalmente, según he visto hoy, lo hacen cuando falta comida en el plato o, en su defecto, un modo de locomoción.
Pero hay más. La alternativa hoy era, obviamente, el autobús. Buen jarro de agua fría me he llevado al entrar en la página web de la EMT y ver que no se cargaba. Saturación. Locura por la web. Invasión de currelas que no pueden permitirse faltar un día al trabajo. Es, simplemente, lo que todos quieren.
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