Lo prometido es deuda.
Después de ver esas 4 señales color verde (las que indican la delimitación de una provincia o comunidad autónoma), señales que Magda no grabó porque no le daba tiempo a coger la cámara y prepararla, nos adentramos en Aragón. Dejamos atrás los amarillentos campos de paja castellanos, y ya se empezaba a divisar una auténtica réplica, si no resulta contradictorio de decir, del Desierto de Tabernas. Muchas montañas orneaban el paraje aragonés, también muchos campos de caza y sobre todo muchas llanuran que parecían campos de sal, cuando realmente sólo eran kilométricas explanadas inhabitables de espejismos.
Paramos a comer esos sandwiches en una estación de servicio, puesto que ya habíamos entrado hace tiempo en la A-2 de siempre y la Guardia Civil podía andar por cualquier sitio. Y vaya que si anduvo... Aragón es la comunidad autónoma que hasta ahora más agentes tiene en sus autopistas, o al menos esa fue la impresión que me dio hasta abandonar la provincia de Zaragoza. El caso es que la estación en cuestión no debía parar muy lejos de Teruel, y vaya si la gente es rara en el norte, porque los dos personajes que allí había sirviendo eran pa llevarse un premio. Se me acercó un hombre mayor, de pelo blanco y camisa rojiblanca típica de las de Cepsa, y cogiendo la manguera Diesel balbuceó algo que sólo pude decodificar con la costumbre que me lleva a repostar en una gasolinera que no es de auto-servicio: ¿cuánto, hijo?
Le dije lleno, y su compañero, un chaval de unos 20 años, hermano gemelo de Chuky el de los Serrano, de aspecto despeinado, mellado por ambos lados de la boca, camisa abierta y de nombre Rafael, eso sí, se puso a contar en voz alta lo que parecían los gastos del mes. -3000!- el hombre reforzaba- no, no creo que tanto. ¿Seguro?- claro jefe... aunque... también 4000.- Así hasta que me devolvió la tarjeta de Caja Madrid y pude meterme en el coche a comer tranquilo.
Se ve que a los aragoneses también le gustaba la sombrita. Como para no gustarles, en plena operación vacaciones de agosto. Tuvimos que aparcar bajo un árbol que no daba sombra, y los sanwiches adquirían, creedlo, un sabor diferente al habitual.
Próxima: Luft in Gerona.
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