Dice Enrique de Diego muy acertadamente que el Socialismo, al igual que el Nazismo, debería haber quedado en los anales de la Historia con su sambenito correspondiente, su imagen repulsiva de cara a la sociedad de nuestros días; que como ideología fracasada -URSS, Cuba, Corea, Pacto de Varsovia, Alemania Oriental, etc- debería haber muerto en la cuneta de los años que nunca perdonan.
Pero, al igual que con el Derecho, una cosa es lo que la realidad es y otra lo que debería ser. Ciertamente, el Socialismo como ideología sigue consiguiendo adeptos entre la juventud de cualquier país, si bien hoy es raro encontrar (a excepción de la España different) un gobierno democráticamente elegido que se haga llamar socialista. En Inglaterra son laboristas, y Portugal por proximidad casi no cuenta, por tomar los dos ejemplos más cercanos, y casi únicos. Nuestro país es el de mayor número de engreídos por metro cuadrado de Europa, lo cual provoca que ante una caída general del voto rosa en este continente, el PSOE se mantenga firme y numeroso en nuestras fronteras.
Sólo este engreimiento justifica el éxito de una ideología trasnochada. La gente sigue creyendo en el PSOE porque, al igual que en Venezuela, si cada vez hay más pobreza, también habrá más argumentos para votar a aquellos que en su programa electoral incorporan la erradicación de la pobreza. El propio lexema ''social'' lleva a tararear a los más cómodos de pensamiento aquello de ''Virgencita virgencita, que me quede como estoy'', y a rechazar cualquier alternativa a los mesías de la clase obrera.
-¡¡Eh... eh...!! -Salta el reaccionario. -¡Un momento! Es que este PSOE, en realidad, no tiene nada de socialista -asegura el idealista, el que nunca vota al PSOE porque no le convence. Sin embargo, de filiación, se considera socialista, heredero de los propósitos de la II Internacional. Pues bien, sería divertido comprobar cómo me juzgaría esta pobre sociedad si yo ahora dijera, a bote pronto, que me considero nazi pero que los proyectos del Nazismo (Nacionalsocialismo) no llegaron a cumplirse. Llevar una camiseta con el puño y la rosa no debería distar mucho, pues, de vestir una camisa de manga larga con el parche de la esvástica, porque todo lo que tendría que decir es que mi compromiso con la cruz gamada es un compromiso fiel, muy distinto del de Adolf Hitler. ¿Me darían tiempo siquiera a explicarme, o el homo videns de turno me daría la paliza de rigueur?
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