miércoles, 28 de abril de 2010

TE ESCRIBÍ CARTAS Y LAS ROMPÍ; TE COMPRÉ LACASITOS Y ME LOS COMÍ

A veces, en este país de todos los demonios, dan ganas de salir de madrugada y remedar a Colometa, la protagonista de la Plaza del Diamante, que al final de la novela, con todas las penurias de su vida sobre sus espaldas, se cruza toda Barcelona ente las tinieblas de la noche para acabar lanzando un chillido felino al aire.

Aunque claro, hay que saber escoger qué noche la imitamos. Si el escenario del sainete en cuestión se da en España, éste debe ser, para empezar, de lunes a viernes; porque de viernes a domingo cualquier desahogo se confunde con los berridos continuos de los insensibles, los que en pleno barrio residencial ponen a todo volumen lo último del momento atronando a los que sólo quieren dormir.

Pero Colometa, cuyo nombre real era Natalia -que fue sustraído por su marido, muy mandón- vació sus frustraciones muy mayor, y después de experimentar un cierto repunte en su vida, con su nuevo marido, el tendero, y el desarrollo de sus hijos. A un servidor de tan corta edad, pensar ahora mismo en Colometa como ejemplo, que además es ficticio, es algo más triste: ¿soy yo el único que se da cuenta de la prescindibilidad de los protocolos sociales? ¿me pasa sólo a mí, o hay más gente que percibe que en España escasea el interés por el prójimo cuando no es para conspirar? ¿soy un bicho raro si digo que el 96% de la gente es demasiado conformista con los que le rodean?

Parece ser, me dicen, que me he precipitado. Pues dejen que les diga a los que coinciden con este pensamiento: me importa un pimiento el protocolo con el que he de actuar, creo firmemente en la curiosidad por el otro (siempre que la cosa trate de temas trascendentes), y voy a seguir siendo muy inconformista con las personas que vaya conociendo; esto es, si hasta 2012 no me intereso por otra, que así sea.

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