sábado, 14 de mayo de 2022

La aventura de recalcar las luces -y no las sombras- de Cortés ante un público alemán


El miércoles tuve la bonita oportunidad de presentar la Conquista de México en una VHS (escuela popular) ante 10 jubilados, que son la típica clientela de los seminarios de Historia.
 
Hace años -desde aquellas clases universitarias con el gran Juan Francisco Fuentes en 2008- que me intereso por la Historia. Este interés creció exponencialmente tras el descubrimiento de Elvira Roca Barea en torno a 2015. Y se ha convertido en un hobby para el que invierto varias horas semanales desde que la pandemia estalló y limitó los viajes.
 
Así que me presenté en el aula que me habían reservado y allí comencé a hablar ante un grupo de 10 personas cultas que asistían al penúltimo seminario de un ciclo de conferencias dedicado al Renacimiento. Yo no sabía que iban a situar mi conferencia en este ciclo, así que lo preparé a posta.
Por suerte, mi fuente más importante para la conferencia fue un número de la mejor revista de Historia de todo el planeta, que es La Aventura de la Historia, en el que se menciona la contribución renacentista de Cortés en esta conquista de México: la mezcla de razas y culturas. Tiene sentido, y así quise transmitirlo: ya no es importante el componente religioso, ni la superioridad de un pueblo sobre otro, sino que se vuelve a las raíces clásicas, y como tal, el hombre ansía la comprensión de lo 'terrenal', de lo humano. En la conquista de México se llega a tal punto humanista que dos pueblos transatlánticos que antes no se conocían -españoles y txacaltecas- se unen y comprenden (por medio de la Melinche, novia de Cortés y primera intérprete de la Historia) la mutua necesidad de dezhacerse del pueblo dominador hasta entonces de la Confederación Mexica: los aztecas.
 
Antes de empezar la conferencia, yo sabía que el tema iba a ser controvertido. Si lo era ya en mi país, donde a Cortés ya en mis años de colegio (de los años de Aznar, oiga, no de Pedro Sánchez o Irene Montero) se le pintaba como un ser oscuro y del que merecía la pena pasar página rápido, cómo no iba a serlo en un país con 50% de católicos y 50% de protestantes... el país que no entregó a Puigdemont a España?
 
Comencé con unos acertijos: a ver, quién sabe el nombre oficial de México? el actual? Una señora dijo 'Nuevo México'. No, señora. Otro dijo 'República de México'. Bien, pero no del todo. De los diez, uno de ellos, el Señor Aden (nombre cambiado), acertó: 'Estados Unidos de México'. El Sr. Aden acertaría dos preguntas más. Los demás ninguna. Tenía que vigilar al Sr. Aden el resto de la conferencia.
Me vi obligado a enfatizar en numerosas ocasiones que en esa conferencia yo no quería ocultar las matanzas de españoles en Latinoamérica. Intenté, con un poquito de condesdendencia, explicarles a los alemanes que los españoles (al igual que los alemanes con el III Reich cuando están en el extranjero) cuando están en Sudamérica, como muy tarde después de una hora bebiendo cervezas tienen que ver sacado el tema del 'genocidio' o, cuanto menos, el supuesto robo de metales. Ante esto, el Sr. Aden dijo 'bueno, es que esa es la imagen que yo tenía de Cortés, que era un Räuber (pirata o bandido en alemán).
Quise reforzar mi teoría, al menos tres o cuatro veces, de que la Conquista de México podía verse de otra manera con tan solo echar la vista al norte de la frontera. Allí, los indios vivían (aún en 2022) en reservas. Al sur de Río Grande no. Aquí surgía siempre una especie de silencio. Quizá un silencio incómodo, el silencio de la reflexión de que, ciertamente, quizá los españoles no fueron tan malos. Pero quizá también un silencio cómodo: menos mal, otro que coincide en la crueldad de los británicos, un pueblo que no cae tan bien en Alemania como el español.
 
Luego sucedió algo muy interesante. Durante la pausa, el grupo de 10 jubilados se reunió en círculo, de pie, bebiendo café, y comentó las últimas noticias sobre las declaraciones del embajador de Ucrania metiendo presión a los alemanes por su dejadez y pasividad dejando el grifo abierto a Rusia para la compra de gas y petróleo. El Sr. Aden, junto al Sr. Schmidt, creían que el embajador ucraniano tenía que irse del país: ''un tío así tiene que estar fuera'', dijo alterado el Sr. Aden. Yo daba sorbos a mi café, mostrando una falsa condescendencia con ellos, porque me quedaba la mitad de la conferencia y, según el Sr. Aden, todavía no había hablado ''de la esclavitud y de las masacres, viene ahora, no?''.
 
Con total naturalidad, los asistentes defendían su país a ultranza tras leer las noticias del día, pero atendían con cierto resquemor el argumento principal de mi trabajo: que la violencia -como las violaciones- de 1519 era un mínimo común múltiplo a todas las naciones colonizadores de entonces, por usar un término matemático. Pero no todas habían abierto la veda a una colonización igual de integradora.