sábado, 17 de septiembre de 2022

SANTO TOMÉ Y PRÍNCIPE: EN EL PAÍS EQUIVOCADO CON EL COMPAÑERO DE VIAJE EQUIVOCADO

 

                                      Puente sobre el embarcadero de los manglares de Villa Malanza

 Escribió una vez Umberto Eco que necesitamos enemigos para descubrir nuestros valores y hacernos una idea de lo que, por oposición a esos enemigos, queremos ser. La cosa es que al italiano se le olvidó explicarnos cómo reaccionar ante buenos amigos -de esos que te ayudan en la mudanza con muebles pesados- que, de la noche a la mañana, se convierten en ''ángeles exterminadores'', citando a mi admirado Amando de Miguel.

Una vez le preguntaron a Crystal Tai si el Honjok, o sea el arte de vivir solo, conducía automáticamente a la felicidad. ''No todos viven solos por propia decisión'', dijo la coreana. ''Pero aquel que celebra su propia independencia gana mucha autoconfianza, porque se cuestiona continuamente quién es''. Lo que Tai no nos reveló es hasta qué punto esa autoconfianza ganada en una excesiva soledad pospandémica puede desembocar en arrogancia, agresividad y un comportamiento antisocial sin escrúpulos.

Lo que van a leer a continuación es un resumen de mi decepcionante viaje a Santo Tomé y Príncipe en agosto de 2022 con Daniel A., un ángel exterminador, o sea, uno de esos tipos de los que conviene mantenerse distante. He decidido no revelar su nombre completo por miedo a la muy limitada libertad de expresión de Alemania, debido a la protección contra la 'Schmähkritik', o sea la crítica que dañe la imagen o reputación de una persona. Huelga decir que no es esa la intención de este artículo: el personaje ha dañado su imagen por sí solo. 

UN PAÍS SIN FUTURO

En este artículo no voy a hablar solo de este mal compañero de viaje, sino también del mal destino que en julio de 2022, tras más de dos años sin salir de Europa por el covid-19, elegí para el mes siguiente. Y para que no crean ustedes que soy un gruñón -aunque suela disimularlo mal en este blog- empezaré con relatar lo bueno de Santo Tomé y Príncipe, porque haberlo haylo.

No, lo bueno no es la isla de Príncipe, so pesaos. Llámenme arrogante, pero un andaluz con muchos veranos en Huelva y Cádiz a la espalda y un impresionante viaje a Maldivas en 2018 no se conforma con cualquier playa. Si usted va a Santo Tomé y no pone pie en Príncipe, prepárese para miradas congeladas, muecas despectivas y ceños de incredulidad. Pero no se deje, hombre. No todo el mundo tiene el tiempo y el dinero para verlo todo en cada viaje. En el caso de este país africano, necesita además suerte, pues no es raro que los vuelos a Príncipe se llenen rápido ante cualquier festival en la isla pequeña.

 No, la gente tampoco es lo mejor, y que me perdone Sele, el bloguero que dice haber estado dos veces y querer volver.  He estado en total en 11 países de África, y he establecido dos categorías respecto a la gente: por un lado, la amargura y orgullo antieuropeo de Etiopía y Santo Tomé, y por el otro el resto. El viaje empezó mal, al salir del aeropuerto, porque el 'shuttle' que nos llevaría al hotel tuvo que esperar 45 minutos a los pasajeros que aun no habían pasado el control de pasaportes. Como siempre he dicho, si un viaje empieza mal -con un intento de estafa o con largas colas de espera en algún sitio-, es muy probable que acabe mal. 

 Además, dice muy poco de un país el hecho de no contar con prensa de papel. Las élites están totalmente corrompidas; no hay ni un solo movimiento en pos de una instrucción pública en condiciones. 

Algunos ejemplos: obsesión por los derechos de imagen (no se le ocurra hacer fotos en las que salgan personas, esto no es Madagascar), críticas al turista que olvida poner un intermitente, gritos en la gasolinera si entra por el acceso equivocado (en Alemania, si es una gasolinera en carretera o ciudad, se suele poder entrar por cualquier lado).

 Para mí, lo mejor de Santo Tomé y Príncipe es el pescado y los manglares de Villa Malanza, colonia de monos incluida. Y aquí se acaba lo bueno. No, ni se atrevan ustedes a hablarme del chocolate. Este (muy bueno, por supuesto) solo puede comprarse en el aeropuerto a precios desorbitados y en la tienda Diego Vaz, dirigida por empresaurios cercanos al gobierno. En cuanto a la chocolatería Claudio Corallo, en la capital, conviene que sea la primera que visiten en su vida. Si ya han estado en la impresionante fábrica de chocolate 'El quetzal' de Mindo, en Ecuador, la de Claudio Corallo en Santo Tomé le parecerá tan impresionante como una tienda de churros en un callejón de Sevilla.

UN HOMBRE SIN FUTURO

 Era el compañero tranquilo, el que un día de primavera de 2021 empezó a hablar conmigo de fútbol y de coches (estaba buscando un Audi A4 de segunda mano que le diera prestigio a su mediocre vida), un día en el que quedó inaugurada una camaradería que pocos meses después desembocaría en amistad. Varios partidos de tenis, cenas juntos en casa, la contraseña de DAZN para ver la final de la Copa del Rey y ayuda durante la mudanza a nuestra nueva casa cimentaron esa amistad.

Yo no había tenido una buena experiencia con ciertas personas de mi anterior trabajo. Tras dejarlo, en junio de 2022, me puse a buscar vuelos para agosto. Mi sueño era ir a Pakistán, pero un problema con el visado electrónico desvió mi interés a Santo Tomé y Príncipe, que era además el país que mi mujer y yo habíamos sopesado elegir para el viaje de novios.

Es impresionante lo que hace el tiempo con tu manera de viajar. Si en mi veintena adoraba los viajes solo por el mundo, incluidos países como Irán o Uganda, desde que tengo niño necesito de la compañía de alguien. Así que pregunté a Daniel si quería acompañarme. Se apuntó sin dudarlo mucho.

He de decir que los primeros cinco días fueron bastante bien, teniendo en cuenta que no suele ser fácil convivir con una persona 24 horas al día durante varios días cuando antes sólo llegabas a verlo dos horas en una visita o en un partido de tenis. Pero es que Daniel, al menos hasta el 17 de agosto, había demostrado siempre tener una personalidad calcada a la mía: tranquilidad, interés por la comida y, quitando algunas excepciones, tendencia a los mismos temas de conversación.

 

                           Playa de Lagoa Azul, famosa por el snorkel, pero con aguas más bien marrones
 

Llegó el sexto día. Fuimos a la playa de Micolo, con mucho mejor acceso que la de 'Os Governadores' y por ello quizá con más poblados alrededor. Ambas playas con exceso de basura, una basura que nunca vereis en el blog de Sele o en las agencias de viaje. Daniel y yo llevábamos varios días cansados de la mala bienvenida de los santomesinos, de la basura y de las malas carreteras. Pero Daniel llevaba a sus espaldas dos frustraciones más que yo no tenía. Él había pillado dolor de barriga a las 48 horas de llegar al país, y además le molestaba no entender ni papa del portugués. A todo esto se sumaba la tragedia de la muerte del novio de su madre, una semana antes de despegar.

Así que aparcamos en una duna de Micolo, y 10 niños se acercaron -demasiado, como siempre- a nuestro 4x4. Yo soy un viajero seguro pero relajado: prefiero guardar las cosas en el coche, cerrar éste con llave y no irme demasiado lejos. Daniel prefirió llevarse sus dos mochilas con el dinero y el pasaporte dentro. Cuando nos acercamos a la orilla, mi compañero de viaje me encomendó guardar sus pertenencias y se dio un chapuzón. Los 10 niños, en su mayoría niñas, se pusieron muy cerca de mí y las mochilas de Daniel. Una de las niñas, después de averiguar que era español, me hizo una pregunta: ''En México también se habla español''? quizá porque soy padre -Daniel no-, y porque soy consciente de que esas niñas muy probablemente jamás verán nada del mundo, le contesté que sí, y enumeré cuatro países más de habla hispana. No llegué a contar más, porque unos gritidos que venían desde el agua me dieron un vuelco al corazón.

''No hables con ellos joder, joder, joder! si hablas con ellos no se van!''. Mientras gritaba, Daniel se acercaba lentamente, con la parsimonia que siempre le caracterizaba en la oficina, y con su cara de playmobil siempre tan serio, esté contando un chiste o echándote algo en cara. ''Tú te vas mañana a casa y estás con tu familia, pero yo tengo aquí mi pasaporte!''. Aquí, por primera vez desde que, una semana antes, cogimos el tren desde Bad Friedrichshall hasta Frankfurt, adiviné en las palabras de Daniel una cierta envidia a la vida en familia o a una vida interesante en general esperándome en casa, mientras que él, aun saliendo del antro que los dos coincidimos que es la isla de Santo Tomé, era consciente quizá de que volvería a un mundo quizá más desarrollado, pero no mucho más prometedor. Al menos para sus circunstancias personales.

Me defendí. Le dije -con el convencimiento de quien no conoce a alguien lo suficiente para esperarse un ataque de nervios así pero sí lo necesario como para adivinar qué habría pasado en una situación diferente- que si yo no hubiera hablado con las niñas, de haberse girado él hacia mí y haber visto que seguían a mi vera me habría gritado igual; quizá echándome en cara que no hiciera nada, inmóvil, ante la invasión de nuestra privacidad y nuestras pertenencias. Con total seguridad, Daniel no podía aguantar más aquellas circunstancias, aquel viaje, y decidió desahogarse en una lengua que sólo su compañero de viaje, o sea yo, comprendía. En todo caso, se alejó de mi y de nuestro coche de alquiler y se puso a leer, de pie, a aproximadamente 500 metros de distancia.

 Aquella noche hablamos. Yo estaba aturdido, y así se lo hice saber. A mí me dio la impresión de que Daniel se arrepentía de lo sucedido. Pero después de su SMS casi un mes después, el 5 de septiembre, empecé a pensar que en realidad esa noche de agosto sólo contenía su frustración ahora enrabietada de la forma más pragmática posible para acabar el viaje de la mejor manera. Después de todo, todavía necesitábamos el coche que alquilamos juntos.

El día siguiente, jornada de retorno a Alemania con escala en Lisboa, lo pasamos entero en la capital de Sao Tomé. Entramos en un hotel de lujo e incluso nos zambullimos en la piscina de estilo infinity sin que nadie nos pillara. Bellos recuerdos de un salvaje día en el Hard Rock Hotel de Isla Sentosa, Singapur, en 2013. No voy a negar que lo pasáramos bien -incluso jugamos a las cartas!-, pero el ambiente estaba algo enturbiado. Hablábamos de otra manera, sin apenas mirarnos a los ojos, y le gané al Black Jack 6-0, algo histórico, pues los días anteriores me había batido él sin excepción. Algo turbio tenía en su cabeza, sin duda.

Aquella noche nos dirigimos al aeropuerto para coger nuestro vuelo a Lisboa. En el diminuto aeropuerto de Santo Tomé solo hay una sala de espera, y estaba, claro, atiborrada. Entre los pasajeros había una pareja de un italiano y una catalana que ya habíamos conocido en una carretera del país tres días antes. Dos personas hermosas, muy agradables. Unos viajeros enamorados de lo desconocido. Para que usted no diga que solo rajo sobre otras personas, si es que ha conseguido leer hasta aquí. 

El italiano me ofreció una bola del caro chocolate que compró en la tienda del aeropuerto. Me encanta el chocolate, pero debido a la gran educación que obtuve de mis padres, estoy programado para compartir con los necesitados antes de servirme yo; y como Daniel se quejaba desde hacía minutos de tener sed y hambre pero no podía comprar por falta de billetes pequeños (en Santo Tomé te dan el cambio en dobras si pagas con euros), le ofrecí la bola. Él la rechazó, y me la comí. Entonces, el italiano me dio otra bola, y mientras hablábamos de los premios que había ganado el chocolate santomesino por todo el mundo, me la metí en la boca. Un par de minutos más tarde, Daniel me preguntó si me había comido la segunda bola. ''Sí, claro'', le espeté. ''Pero por qué no me la dejaste a mí?'', todavía con su sempiterno semblante serio. ''Si me has dicho antes que no querías'', le dije alzando la voz ante el creciente barullo de la sala. ''Pero porque te habían dado uno, y ahora te han dado el segundo''. Menuda diva, joder, pensé. 

                                      Una carretera al sur del país, junto antes de ponerse chunga

 

LISBOA


Citaba al principio de este artículo a Crystal Tai porque dudo que vivir solo tanto tiempo lleve asiduamente a la felicidad. Ya lo decía mi madre de mí, que también viví solo hasta la edad que ahora tiene Daniel! Al no tener que llegar constantemente a compromisos con el otro, quedas anclado en tus propias convicciones y no toleras la forma no ya de actuar del otro, sino incluso de pensar o razonar. Me lo demostró mi compañero de viaje al llegar a Lisboa.

 Después de ver la gran película 'Muerte en el Nilo' y de dormir poco más de tres horas, llegué cansado a la capital portuguesa y en el segundo autobús. Daniel iba en el primero. Le escribí al móvil contándole amistosamente que tenía ganas de ir al retrete. Al entrar en la terminal del aeropuerto a la que llegan todos los pasajeros extracomunitarios, Daniel ya estaba esperándome con ojos expectantes, y me dijo, ocultando muy bien el asco que en realidad llevaba dentro por tener aún un trecho de viaje conmigo: ''Tenemos que ir por la puerta S o N, pero no lo sabemos porque el vuelo a Frankfurt aun no aparece en pantalla''. Mi reacción, la de un hombre cansado que dice lo primero que se le pasa por la cabeza, es ''da igual, no?''. Y no le gustó a mi delicada diva. Respondió: ''cómo va a dar igual?'', a lo que yo, siempre buscando la salida más diplomática al menor conflicto, respondí ''puedo preguntar si quieres''. Él ''pero no lo van a saber''. ''Bueno, no cuesta nad...''. Aquí me interrumpió alzando el brazo como lo había alzado menos de 48 horas antes en la playa de Micolo: ''Pues pregunta, Rafa'', y se fue al cuarto de baño, que me habría gustado visitar a mí, si no fuera porque había una larga cola, una de las razones de mis prisas para pasar lo antes posible por el control de pasaportes.

Pregunté a una empleada del aeropuerto y me ayudó indicando que teníamos que pasar por la puerta S. Daniel vino un par de minutos después y le dije que era la S, que ya me lo habían dicho. ''Sí?''. ''Sí, porque he preguntado''. A ello contestó: ''Pero no tenían por qué saberlo!''. Yo no daba crédito. No me quedó otra alternativa que preguntarle, con una sonrisa ladina ''Daniel, quién tiene más experiencia de nosotros viajando?''. Su respuesta: ''Sí, ya lo hemos visto esta semana...''. Yo estaba ojiplático: ''Ah, otra vez? a ver, qué es lo que he hecho mal?''. En ese momento, Daniel se metió sus auriculares en las orejas -es lo que había hecho, por cierto, durante el viaje de Micolo a nuestro hotel- y se despidió de mi: ''Métetela, Rafael, y buen viaje, salúdame a Oli y a Sonja''. Pese a esa inesperada y prematura despedida, no hice el amago de despedirme yo, y tras pasar la puerta de seguridad me detuve a esperarlo. Pero su pasaporte no funcionaba -o quizá hacía como que no funcionaba, para forzar la despedida?- y, mientras una empleada le ayudaba, me espetó: ''puedes irte, Rafael''. Lo hice. Me fui hacia la puerta de embarque, y le mandé el penúltimo watsapp, diciendo que iba a la puerta de embarque y que esperaba verlo ahí.

El último watsapp se lo puse una vez subido en el avión a Frankfurt. Le debía aún 30€ del viaje, pero yo no estaba seguro si me iba a acompañar en la aduana de Frankfurt, en la que lo necesitaba por los 400 cigarrillos que llevaba conmigo. En realidad, confieso ahora que tenía este miedo el mismo miércoles por la noche ya.

Ninguna respuesta. Llegamos a Frankfurt y contemplé, por primera vez tras decenas de viajes a través del aeropuerto más grande de Alemania cómo mi compañero de viaje desaparecía, sin despedirse ni lanzarme una mirada, por la puerta de salida. Por cierto, no hubo que atravesar ninguna aduana. Aún sigo sin entenderlo. Si tampoco pasé ninguna en Portugal!

Como dije antes, casi un mes después, el 5 de septiembre, este psicópata me mandó un SMS, porque yo lo había bloqueado en watsapp y en Instagram. Estaba triste porque no me había ''disculpado'' o, siquiera, ''devuelto lo que le pertenecía''. Por ende, me pedía ahora no sólo devolverle los 30€ euros del viaje, sino también 40€ del regalo del bautizo de mi hijo.

Tío miserable y pobretón! Jamás en mi vida nadie me había pedido que le devolviera un dinero regalado. Un tipo que -nunca lo olvidaré- en su primera visita a nuestra casa trajo una ensalada de pepino y probó cordero por ''primera vez'' en su vida. Simplemente un desgraciado.

Mi hermano Juan me dijo que viajé a Santo Tomé con un ''desconocido''. No es cierto. Bueno, no del todo: es cierto que nunca llegamos a conocer a la gente al 100% hasta que viajamos con ellos unos días. Le propuse hacerlo con buenos amigos. Negó que fuera correcto. Pero claro, mi hermano viaja poco. La cuestión de fondo es que, como bien dice mi mujer, yo ya he viajaado en muchos lugares del mundo con desconocidos -sobre todo en el Sudeste Asiático- teniendo muy buenas experiencias. 

La próxima vez escogeré el destino con más cuidado. Y a los amigos, con más escrutinio y quizá evitando los viajes.