lunes, 8 de agosto de 2022

Querido Oliver (II): Las estadísticas las carga Camilla Cavendish

 Decía Churchill que no creía en las estadísticas que no hubiera manipulado él mismo. Camilla Cavendish, articulista del Financial Times, es un buen ejemplo de por qué. Para convencer al personal de la necesidad de responder a la alarma del cambio climático, acude al argumento más torticero: dar porcentajes de encuestas de opinión sin ofrecer la fuente. Pero es que ni con fuente convencen.

Según Cavendish, ''en 1997 la mitad de los [votantes] republicanos y demócratas creían que los efectos del calentamiento global habían empezado a surgir''. La periodista no menciona el dato clave de que ya a final del pasado milenio esta encuesta coincidía con un clima -valga la redundancia- informativo mundial bien dotado de reportajes y comentarios acongojantes para describir fotos de osos polares inmóviles sobre un trozo de hielo.

Gracias a Dios, el Financial Times es un diario lo suficientemente plural para que, en el mismo número de septiembre de 2020 en que Cavendish trataba de hacernos despertar ante la catástrofe climática, otro autor, Jonathan Ford, reseñara un libro importantísimo de Bjorn Lomborg, ''False alarm: How climate change Panic Costs us Trillions, Hurts the poor, and falls to fix the Planet'', en el que Lomborg cerraba a cal y canto el debate sobre los osos polares aseverando que lo que los mata es la caza y no el calentamiento global. Y que además su población se ha duplicado en los últimos 20 años.

 Lo que pretendo decirte, hijo, es que desconfíes siempre de las estadísticas y los epítetos, y que vayas siempre a las fuentes. Si algún día vieras a Cavendish por la calle con un micrófono, probablemente para no arruinarte el día le contestarías que sí, que también ves consecuencias del cambio climático. Al menos, así es la mayoría de la gente. La alternativa, o sea decirle la verdad, te llevará a hacer muchos menos amigos.

jueves, 4 de agosto de 2022

Querido Oliver (I): un mal jefe siempre es una buena vacuna

 Hoy ha sido un día de mucho calor. Como te has estado quejando sin parar con tu consabido mamamamamama y lo habíamos probado todo (juguetes, gateo, potitos, leche, más potitos), me quedó el comodín de bañarte en la nueva piscina que nos han regalado. Vamos, que he conseguido convencer a mamá, que se negaba los últimos días por estar tú malito.

En el agua has demostrado, como en tu bautizo hace dos semanas, que sólo chapoteando o sintiendo el líquido vital aunque sea solo en tu frente eres persona. Estás encantado y solo en el agua te olvidas de los demás. Si en la tierra buscas constantemente el contacto con papá y mamá, en el agua pareces hipnotizado.

Ahora duermes, reventado, en la cama, mientras yo reflexiono en mi despacho sobre este interregno de un mes, preparándome para mi nuevo trabajo. Dejé el anterior a finales de junio porque no soportaba el maltrato psicológico de los superiores. Me alegro de encarar el próximo como el que estrena coche nuevo, al igual que ya me pasó hace siete años al abandonar la GGS con aquel psicópata, el profesor C. S.

 Quiero que en tu vida veas a los malos jefes como una vacuna necesaria. Mientras peores sean mejor, porque mucho mejores serán los siguientes. Ya puede ser tonto o incompetente el siguiente, que si no es tan bellaco y cretino como el anterior, lo tendrás más fácil todavía. 

No abandones un trabajo al poco tiempo por un mal jefe. Aguanta y aprende. Es una vacuna larga -se dice que dos años al menos hay que aguantar, sobre todo si estás en la veintena o a principios de los trenta, como yo ahora-, pero te protegerá para los siguientes trabajos.

 Algo parecido ocurre, por cierto, con los compañeros y los clientes. También hay clientes-vacuna: estúpidos y necios que te complicarán el trabajo y posiblemente empeoren tu relación con el jefe. Es conveniente, empero, controlar tus emociones. Estos clientes o compañeros te vacunarán y reforzarán tus resistencias, porque lo importante es hacer bien el trabajo y no dejar que las malas relaciones influyan en tu carrera. Y ya vendrán otros clientes o compañeros mejores. A estos, mímalos.