Hay dos periodistas españoles brillantes: Carlos Alsina y Jorge Bustos. El valenciano y el madrileño han sido especialmente valientes en su labor fiscalizadora del sanchismo, uno en la radio y el otro en un periódico. Pero a los dos les une una coincidencia aun más poderosa: son representantes de un periodismo brillante y sin embargo cuqui, por su equidistancia con dos supuestos extremos que no existen.
Iré al grano: en España la extrema derecha española no existe. Existen los separatismos postcarlistas del PNV y Puigdemont. Esto sería lo más parecido a un nacionalismo extremo.
Sin embargo, los periodistas equidistantes cuquis, que son más de dos aunque Bustos y Alsina sean sus dos mejores representantes, están convencidos de que Vox sí es un nacionalismo español al que hay que combatir o al menos atacar con la misma fruición que a Puigdemont o a Sánchez. Esa necesidad no sale de un verdadero convencimiento, sino del Kopfkino (película en la cabeza, dicen los alemanes) de saberse en el centro, que no es un centro tan político como arbitral.
Diera la impresión de que Vox se les apareció como la Virgen en Lourdes para servirse de su existencia y así poder demostrarle a la izquierda que, cuando le atacan, lo hacen desde el centro, no desde la extrema derecha en donde esa misma izquierda les situaba antes de Vox (y en realidad también después).
El 14 de junio de 2021, Bustos explicaba su gloriosa biografía y su conversión del conservadurismo al liberalismo de esta manera: ''de joven quería hacer literatura de vanguardia. Probablemente, si hubiera perserverado en ese corpus, sería un precursor de Vox. Pero luego crecí, maduré y viajé''.
Yo, que he crecido, madurado y viajado a 98 países (a Irán, Pakistán y al Líbano, no solo a Londres y París), y que por cierto era tan autoexigente y moralista como él decía serlo a los 15 años, le puedo decir que uno no madura para colocarse en el centro del barco cuando este está tan escorado a la izquierda que está a punto de hundirse.