Decía Churchill que no creía en las estadísticas que no hubiera manipulado él mismo. Camilla Cavendish, articulista del Financial Times, es un buen ejemplo de por qué. Para convencer al personal de la necesidad de responder a la alarma del cambio climático, acude al argumento más torticero: dar porcentajes de encuestas de opinión sin ofrecer la fuente. Pero es que ni con fuente convencen.
Según Cavendish, ''en 1997 la mitad de los [votantes] republicanos y demócratas creían que los efectos del calentamiento global habían empezado a surgir''. La periodista no menciona el dato clave de que ya a final del pasado milenio esta encuesta coincidía con un clima -valga la redundancia- informativo mundial bien dotado de reportajes y comentarios acongojantes para describir fotos de osos polares inmóviles sobre un trozo de hielo.
Gracias a Dios, el Financial Times es un diario lo suficientemente plural para que, en el mismo número de septiembre de 2020 en que Cavendish trataba de hacernos despertar ante la catástrofe climática, otro autor, Jonathan Ford, reseñara un libro importantísimo de Bjorn Lomborg, ''False alarm: How climate change Panic Costs us Trillions, Hurts the poor, and falls to fix the Planet'', en el que Lomborg cerraba a cal y canto el debate sobre los osos polares aseverando que lo que los mata es la caza y no el calentamiento global. Y que además su población se ha duplicado en los últimos 20 años.
Lo que pretendo decirte, hijo, es que desconfíes siempre de las estadísticas y los epítetos, y que vayas siempre a las fuentes. Si algún día vieras a Cavendish por la calle con un micrófono, probablemente para no arruinarte el día le contestarías que sí, que también ves consecuencias del cambio climático. Al menos, así es la mayoría de la gente. La alternativa, o sea decirle la verdad, te llevará a hacer muchos menos amigos.
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