En ese afán de los periodistas progres por tergiversar hechos históricos para acomodarlos a la manipulación del presente, Nikolaus Piper, naturalmente del Süddeutsche Zeitung, no quiere quedarse atrás.
En un artículo biográfico del pensador escocés Adam Smith -considerado el fundador de la teoría del libre comercio y la no intervención del Estado como ejes para la prosperidad de las naciones-, Piper se preguntaba qué pensaría hoy Adam Smith sobre el debate del cambio climático.
Como base a su argumentación recordaba Piper la teoría fundamental de la mano invisible de Smith, según la cual, un rico contribuiría a la prosperidad de sus semejantes en el momento de invertir capital para multiplicarlo. Smith creía que el hombre próspero no ayudaba conscientemente, sino que la prosperidad de los demás era automático, una suerte de consecuencia de su propio interés económico (de ahí el apelativo de mano invisible). ''Al perseguir sus propios intereres, promueve aquellos de la sociedad de una manera más eficiente que si los promoviera de manera intencionada'' es una de las frases más lapidarias de Smith.
Esto es rigurosamente cierto y un servidor lleva observándolo durante más de una década en la ciudad en la que vive, Heilbronn, donde el hombre más rico de Alemania, Dieter Schwarz, con la plena epansión de Lidl por todo el mundo, ha transformado económicamente su ciudad y dado trabajo (muy bien pagado) tanto a alemanes como a extranjeros, por no decir el Estado y el país.
En una explicación realmente retorcida, rayana en una exposición digna de vergüenza ajena, el periodista Nikolaus Piper decía que esa misma mano invisible podría darse hoy con la imposición de límites de velocidad en las autopistas o el incremento de impuestos a las emisiones de dióxido de carbono. Así, los cándidos ciudadanos consumirían menos e irían más despacio en las autopistas, contribuyendo gracias a esa sedicente mano invisible a salvar al mundo.
Esta exposición pueril olvida un par de detalles importantes. No hay mano invisible que controle el inevitable deseo de mucha gente de ir rápido por la autopista. En todo caso el Estado hace acto de presencia por medio de policías o radares. Si bien es cierto que estos son muchas veces invisibles, de mano invisible no tienen nada.
Además, cuando Piper cierra su artículo con la frase ''Dicho todo esto, Adam Smith es un protector del clima'', comete la falta moral no solo de endiñarle una aspiración moderna a un filósofo escocés fallecido hace 200 años, sino que también hace suponer al lector que sólo el que prohíbe ir rápido en la autopista o incrementa un impuesto a la emisión de dióxido de carbono es un protector del clima.
Yo me decanto por pensar que Smith, fiel a su obra famosa, hoy favorecería la mano invisible que nos trajera nuevas y limpias tecnologías, muchas de ellas aún esperando aprobación en los cajones de burócratas para los que es mejor prohibir y dirigir que dejar hacer.
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