Hay una tendencia en las redes sociales que ha ido creciendo exponencialmente los últimos años: la llamaré travel jerk-alism. Cada vez que un canal o una cuenta especializada en viajes sube fotos y un texto sobre un lugar del mundo relativa o prácticamente desconocido, el apartado de comentarios se llena de gente indignada por el pecado de revelar un rincón que hasta entonces era secreto y que el periodista poco menos que ha desflorado con su pluma o teclado.
Las personas que se esconden detrás de esos comentarios suelen ser viajeros con unas ganas inmensas de ser los próximos en visitar ese lugar -del que acaban de descubrir, por ejemplo, que es más seguro o agradable de lo que pensaban-, pero eso sí, son conscientes de que todos los que han dejado like y los que hayan podido ver la publicación podrían tener la misma intención, y por tanto, temen acudir a ese lugar y verlo lleno de turistas.
Definición de turista: ''los otros viajeros que no son yo, me, mí y mis circunstancias''.
Este fenómeno de travel jerk-alism, o sea, de culpar de canalla al pobre periodista de viajes que sólo quería relatar la fascinación sobre un punto del planeta, es una prueba más de la cultura individualista con aire de superioridad que afecta a mucha gente en nuestros días. Es el adanismo de la era digital.
Yo prefiero pasar de la publicidad de viajes en las redes sociales -aunque no niego que me influya también. Es mucho mejor acudir a los periódicos de papel, porque los leen mucha menos gente y te encuentras con joyas como Pueblo Garzón, en Uruguay, una aldea de 200 habitantes de la que el Financial Times escribió que había reconvertido muchas casas abandonadas en bodegas de vino y aclamados restaurantes.
Otra alternativa es lanzarse a visitar un país sin siquiera haber leído artículos de viajes sobre ellos. Basta con echar un ojo a Google Maps para saber de opciones de alojamiento, comida e infrastructuras. Esto tiene la enorme ventaja de que quien lo hace, suele llegar a rincones fascinantes incluso antes que el periodista al que van a lapidar luego en las redes. Me ocurrió en 2016 cuando llegué a Jinja, a orillas del Lago Victoria, en Uganda. Era el único blanco en una ciudad con turismo local desarrollado, lavanderías, mototaxis a punta pala (los famosos boda-boda, porque también llevan mercancía de Border a Border -frontera- con Kenia) y restaurantes bastante buenos.
Y encima, con esta última opción tiene uno la posibilidad de crear escuela y hacer que otros viajeros le imiten, contribuyendo a la economía local, que falta les hace a muchos países pobres. Volveré a hablar de este tema cuando saque el tema de la inmigración.
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