jueves, 17 de diciembre de 2009

COMI$IONE$ OBRERA$

La sede de Comisiones Obreras, en una calle muy proletaria perpendicular al muy cotizado Paseo del Prado, estaba hoy cerrada a cal y canto, blindada hasta más no poder y haciendo oídos sordos, con recios ladrillos, a los gritos desesperados de los taxistas. Éstos han gritado lemas como ''hijos de puta, hijos de puta''. O también ''manos arriba, esto es un atraco''. Y es que conviene recordar que los defensores de los trabajadores (?) se financian de los presupuestos de todos los españoles, involuntariamente, incluidos los taxistas, cuando en realidad han permanecido ajenos durante todo el día no ya a las manifestaciones de estos conductores y sus familias, sino también a la aprobación de la llamada Ley Omnibus.

Tengo que decir, como liberal, que me sorprenden las críticas desde esta adscripción a la nueva ley. Los sedicentes liberales protestan por una norma que amplía sobremanera el libre mercado del transporte, hasta el punto de que los pasajeros, que son al fin y al cabo los que disfrutan del servicio, van a poder elegir a sus transportistas, que tendrán que esforzarse por ejercer bien su trabajo si quieren merecer el sueldo. Es la base del liberalismo. Esfuerzo, trabajo, prosperidad. Desde este punto de vista, doy la bienvenida a esta nueva ley, fruto de un Gobierno socialista (?), si bien tengo que matizar una cuestión muy importante.

¿Quién va a devolver las licencias de trabajo millonarias a los taxistas? De repente, ¿estos autónomos van a compartir nicho con cualquiera que se quiera apuntar a la verbena? ¿Cómo se come, si no es por la resaca de la manifestación del pasado sábado, que Comisiones Obreras no haya convocado ninguna movilización contra una ley injusta de pe a pa contra los taxistas con permiso de ejercicio? Y cuando pregunto por CCOO, pregunto por UGT. El tándem del proletariado español, tan sofocado y eternamente explotado. Será que la sede de CCOO está a pocos metros de la plaza de Atocha, donde hoy se ha liado la de Dios. Una embarazada, decía un peatón, estaba rompiendo aguas en el embotellamiento que han montado en la Castellana. No sé si es vergüenza o pena, pero este país necesita un repaso.

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