Porque los profesores no tienen siempre que ser de la universidad. Porque los hay también grandes que dan clases particulares en su casa. Por eso voy a hablar hoy de Ismael.
Era principios del año 2005. Van a ser ya ocho años y no me acuerdo muy bien de cómo llegué a él. Tampoco de su apellido (a lo mejor nunca me lo dijo). Pero alguien me recomendó, en todo caso, que acudiera a él. Sí me acuerdo muy bien del precio de sus clases: 22 euros la hora, lo cual, para el año del que hablamos, era bastante. Pero mereció la pena, vaya si mereció.
Era profesor de física, y aparentemente vivía solo, aunque lo único que conocía de su casa era el salón -muy acogedor- donde teníamos nuestras clases de refuerzo, así que nunca me adentré en su oscuro pasillo, que es lo mismo que adentrarme en su vida privada. Con el tiempo se fue convirtiendo en un amigo, o confidente al menos. A él le llegaba yo tan nervioso aquellos días de primavera con la selectividad, a la vuelta de la esquina, con las hormonas hirviendo o con los exámenes finales del colegio. Y tengo todavía grabada en el alma la única frase suya que rememoro: ''Rafa, no te preocupes. Los problemas que tendrás a partir de la universidad serán muchos más graves que los que tienes ahora''. Qué pragmático, pero cuánta razón.
Física era la única asignatura para la que necesité apoyo ese año, porque fracasaba una y otra vez en el colegio. Pues bien, a Ismael le debo el haber sacado la mejor nota de la selectividad (8,5) si descontamos el inglés de broma (9,2) del que nos evaluaban.
Ahora, desde la otra parte del mundo, al finalizar el año 2012, me acuerdo de él, con una memoria súbita que me intriga y me lleva a preguntarme dónde habrá acabado Ismael, si sigue viviendo en el mismo piso de la calle Avión Cuatro Vientos de Sevilla, o si sigue afrontando grandes problemas, cada vez más grandes, varias décadas después de haber salido de su universidad.
Reflexiones generales, algunas en español sobre Alemania y el resto en alemán sobre España
jueves, 27 de diciembre de 2012
miércoles, 26 de septiembre de 2012
MIS PROFESORES FAVORITOS (II): AGUSTÍN MARTÍNEZ DE LAS HERAS
Guardo muchos recuerdos de mis tiempos de estudio en Madrid. Buenos, malos, surrealistas, agradables y sobre todo nostálgicos. Y en este último baúl ocupa casi todo el espacio la vida universitaria, a la que sin duda dieron un giro tremendo mis clases con un madrileño de verdad, Agustín Martínez de las Heras.
Madrileño de verdad porque de entre las miles de cosas con que te sorprendía este profesor de Historia del Periodismo Español, estaba sin duda su amplio conocimiento transversal e intergeneracional de la vida, la literatura, el periodismo, la Historia y hasta la urbanización de la capital; y de las celebridades de la misma.
Un personaje misterioso, tampoco hay duda, que nunca sabías cómo aparecería ni con qué frase daría el punto de partida a la clase; pero sobre todo una persona educada, con lo que esa espera, esa ansiedad por desvelar cómo arrancaría la clase nunca se empañaba del miedo a que a uno le interpelaran seca, fríamente o simplemente de mala gana. Era ante todo un colega, una figura cuentacuentos que no se sentaba en la rama de un árbol o en la cima de una colina, sino que permanecía de pie, frente a un atril que no usaba ningún otro profesor en la facultad y que él cogía con sus propios brazos cuando aún los estudiantes se desperezaban y relajaban después de la última clase. Pero era un cuentacuentos aun distante.
Aunque solía darle juego a las bromas, de repente las cortaba inesperadamente, sonrisa mediante y mirando a sus papeles, con un ''BUENO'' que atronaba las ventanas de la parte posterior del aula.
Nunca olvidaré frases y actividades made in De las Heras. El primer aserto, poco después de revelarse como un espíritu que nos dejó a todos helados, entrando por primera vez en el aula: ''Buenos días... ¿No responden? No soy un ogro, eh?'' Obviamente conocía su fama de duro. Poco después nos hizo escribir en un papel qué era para nosotros el periodismo, y qué querríamos hacer en el futuro. Tras leerse bastantes hojas de corrillo, nos dijo a todos que éramos unos cursis. Y con razón, para lo que un servidor también había oído.
Tampoco se me va de la memoria la excursión que hicimos a la Biblioteca Nacional, en noviembre de 2009. Era la primera excursión que hacía yo en la carrera, y estoy hablando de cuando cursaba Cuarto. Pretendía que todos nos hiciéramos socios para que, a la hora de investigar para un trabajo largo y laborioso (y esa hora era todas las semanas), tuviéramos una fuente más que fidedigna. De las Heras se definía como un ratón de biblioteca, que no se azoraba para dejarnos perlas del tipo ''yo leo cualquier papel que me encuentre... por la calle me agacho, le quito así un poco la mierda (sic) y me lo leo. No como ustedes hoy en día, que son más de viva la pepa, de oooiiighhh, aiighhhh''. Esta era la onomatopeya preferida del profesor de Historia para referirse a la juerga de la generación a la que aleccionaba.
Políticamente hablando, yo ya me caí del guindo. Algún fallo debía tener alguien tan ilustrado. Y no era su ideología, que al final siempre hay que respetar, sino su muchas veces indisimulado partidismo, o antipartidismo, concretamente anti PP. A medida que avanzaba el curso, allá por la primavera casi verano de 2010, tras los famosos sucesos de mayo, empezó a llamar a Zapatero ''cadáver político'' y lo repitió dos veces más, y no sé si lo hacía para compensar tantos desahogos previos o porque también él ya entonces se había caído del guindo.
Siempre me quedará la duda, sobre todo ahora que llevo casi un año fuera de España y en el país arrecia la rebelión y el caos en la calle, de si De las Heras apoyó el movimiento del 15-M y todo lo que ha venido sucediéndolo. Pocas dudas me quedan de que sí. Para él, lo más indignante de nuestra sociedad era el inmovilismo de los jóvenes ante la injusticia o el mal gobierno, la incredulidad de que, con todos los privilegios con que contamos ahora, no nos diera por valorarlos o aplicarlos correctamente.
Le deseo muchos éxitos y muchos años más en la docencia, y, si la oportunidad se me pone por delante, me encantaría volver a una de sus clases como libre oyente.
Madrileño de verdad porque de entre las miles de cosas con que te sorprendía este profesor de Historia del Periodismo Español, estaba sin duda su amplio conocimiento transversal e intergeneracional de la vida, la literatura, el periodismo, la Historia y hasta la urbanización de la capital; y de las celebridades de la misma.
Un personaje misterioso, tampoco hay duda, que nunca sabías cómo aparecería ni con qué frase daría el punto de partida a la clase; pero sobre todo una persona educada, con lo que esa espera, esa ansiedad por desvelar cómo arrancaría la clase nunca se empañaba del miedo a que a uno le interpelaran seca, fríamente o simplemente de mala gana. Era ante todo un colega, una figura cuentacuentos que no se sentaba en la rama de un árbol o en la cima de una colina, sino que permanecía de pie, frente a un atril que no usaba ningún otro profesor en la facultad y que él cogía con sus propios brazos cuando aún los estudiantes se desperezaban y relajaban después de la última clase. Pero era un cuentacuentos aun distante.
Aunque solía darle juego a las bromas, de repente las cortaba inesperadamente, sonrisa mediante y mirando a sus papeles, con un ''BUENO'' que atronaba las ventanas de la parte posterior del aula.
Nunca olvidaré frases y actividades made in De las Heras. El primer aserto, poco después de revelarse como un espíritu que nos dejó a todos helados, entrando por primera vez en el aula: ''Buenos días... ¿No responden? No soy un ogro, eh?'' Obviamente conocía su fama de duro. Poco después nos hizo escribir en un papel qué era para nosotros el periodismo, y qué querríamos hacer en el futuro. Tras leerse bastantes hojas de corrillo, nos dijo a todos que éramos unos cursis. Y con razón, para lo que un servidor también había oído.
Tampoco se me va de la memoria la excursión que hicimos a la Biblioteca Nacional, en noviembre de 2009. Era la primera excursión que hacía yo en la carrera, y estoy hablando de cuando cursaba Cuarto. Pretendía que todos nos hiciéramos socios para que, a la hora de investigar para un trabajo largo y laborioso (y esa hora era todas las semanas), tuviéramos una fuente más que fidedigna. De las Heras se definía como un ratón de biblioteca, que no se azoraba para dejarnos perlas del tipo ''yo leo cualquier papel que me encuentre... por la calle me agacho, le quito así un poco la mierda (sic) y me lo leo. No como ustedes hoy en día, que son más de viva la pepa, de oooiiighhh, aiighhhh''. Esta era la onomatopeya preferida del profesor de Historia para referirse a la juerga de la generación a la que aleccionaba.
Políticamente hablando, yo ya me caí del guindo. Algún fallo debía tener alguien tan ilustrado. Y no era su ideología, que al final siempre hay que respetar, sino su muchas veces indisimulado partidismo, o antipartidismo, concretamente anti PP. A medida que avanzaba el curso, allá por la primavera casi verano de 2010, tras los famosos sucesos de mayo, empezó a llamar a Zapatero ''cadáver político'' y lo repitió dos veces más, y no sé si lo hacía para compensar tantos desahogos previos o porque también él ya entonces se había caído del guindo.
Siempre me quedará la duda, sobre todo ahora que llevo casi un año fuera de España y en el país arrecia la rebelión y el caos en la calle, de si De las Heras apoyó el movimiento del 15-M y todo lo que ha venido sucediéndolo. Pocas dudas me quedan de que sí. Para él, lo más indignante de nuestra sociedad era el inmovilismo de los jóvenes ante la injusticia o el mal gobierno, la incredulidad de que, con todos los privilegios con que contamos ahora, no nos diera por valorarlos o aplicarlos correctamente.
Le deseo muchos éxitos y muchos años más en la docencia, y, si la oportunidad se me pone por delante, me encantaría volver a una de sus clases como libre oyente.
sábado, 14 de julio de 2012
MIS PROFESORES FAVORITOS (I): JUAN FRANCISCO FUENTES
Cuando me disponía a repetir medio curso de primero de Periodismo en la Universidad Complutense, traslado de expediente desde la Universidad de Sevilla y tacañas convalidaciones mediante, aún me quedaba un hilo de esperanza de toparme con esas clases en forma de hemiciclo que tanto había visto durante mi infancia en las películas americanas, y que había tenido la suerte de descubrir con mis propios ojos en la Universidad Concordia de Montreal en 2006. Mi gozo había caído en un pozo en mi año de estudios en la Hispalense, y al viajar a la capital a finales de 2007 empecé a soñar de nuevo, pero por poco tiempo: en pocos meses me di cuenta de que el único hemiciclo que iba a oler en la capital estaba escoltado por dos leones y algún que otro madero con metralleta.
Nevertheless, en la Complu tuve la inmensa suerte de dar con un ardiente profesor cuya comunicación verbal, sabiduría y vehemencia en su discurso me transportaron de lleno a las fábricas de cerebros de Estados Unidos. El personaje en sí es muy interesante, de raza, de película incluso, a juzgar por la voz de doblador que ponía para sus clases magistrales de Historia de España e Historia Universal del siglo XX. Juan Francisco Fuentes, que venía a saciar mis ganas de algo distinto al colegio, tenía toda la formación, vitalidad, interactividad y experiencia en el extranjero que un buen profesor de Historia requiere para entusiasmar a sus alumnos en la escuela superior.
Cuando descubrí, en la librería de mi barrio, que Fuentes había sacado un libro sobre Adolfo Suárez, volví a lamentarme de que el sistema educativo español se empeñe en mantener el tope en 1975 para las clases de Historia, en marginar el estudio de la Transición e incluso la Democracia, como si un pacto en la sombra de los partidos políticos o un miedo no confesado de los académicos -tras la excusa de la falta de tiempo al final del cuatrimestre- a abrir una caja de pandora estuviera condenando a las nuevas generaciones a no saber nada de la Historia más reciente, a seguir moviéndose por impulsos y dogmatismos heredados. Y me lamenté porque Fuentes, revelándose un admirador de la figura histórica del expresidente Suárez, habría podido dar el broche de oro a esta asignatura de primero -dejando las cosas claras sobre la transición y las primeras dos décadas de la Democracia- si hubiese podido.
Juan Francisco Fuentes llegaba a clase con su gabardina, dejaba unos libros sobre la mesa y sacaba unas notas que, a lo lejos y sobre la tarima, parecían pergaminos. Era de semblante serio, tajante desde el principio hasta el final, se metía en el papel como si viviera el instante que nos relataba y no dudaba en alzar su dedo índice para enfatizar o matizar, también para dar la palabra al estudiante confuso, cosa que hacía con premura. Sin duda, el gran tesoro de mi primer año de carrera.
Nevertheless, en la Complu tuve la inmensa suerte de dar con un ardiente profesor cuya comunicación verbal, sabiduría y vehemencia en su discurso me transportaron de lleno a las fábricas de cerebros de Estados Unidos. El personaje en sí es muy interesante, de raza, de película incluso, a juzgar por la voz de doblador que ponía para sus clases magistrales de Historia de España e Historia Universal del siglo XX. Juan Francisco Fuentes, que venía a saciar mis ganas de algo distinto al colegio, tenía toda la formación, vitalidad, interactividad y experiencia en el extranjero que un buen profesor de Historia requiere para entusiasmar a sus alumnos en la escuela superior.
Cuando descubrí, en la librería de mi barrio, que Fuentes había sacado un libro sobre Adolfo Suárez, volví a lamentarme de que el sistema educativo español se empeñe en mantener el tope en 1975 para las clases de Historia, en marginar el estudio de la Transición e incluso la Democracia, como si un pacto en la sombra de los partidos políticos o un miedo no confesado de los académicos -tras la excusa de la falta de tiempo al final del cuatrimestre- a abrir una caja de pandora estuviera condenando a las nuevas generaciones a no saber nada de la Historia más reciente, a seguir moviéndose por impulsos y dogmatismos heredados. Y me lamenté porque Fuentes, revelándose un admirador de la figura histórica del expresidente Suárez, habría podido dar el broche de oro a esta asignatura de primero -dejando las cosas claras sobre la transición y las primeras dos décadas de la Democracia- si hubiese podido.
Juan Francisco Fuentes llegaba a clase con su gabardina, dejaba unos libros sobre la mesa y sacaba unas notas que, a lo lejos y sobre la tarima, parecían pergaminos. Era de semblante serio, tajante desde el principio hasta el final, se metía en el papel como si viviera el instante que nos relataba y no dudaba en alzar su dedo índice para enfatizar o matizar, también para dar la palabra al estudiante confuso, cosa que hacía con premura. Sin duda, el gran tesoro de mi primer año de carrera.
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