Sabes que eres un obseso de la lectura cuando uno de tus escritores favoritos te cae muy mal. Y sabes que un escritor es bueno cuando se puede permitir la arrogancia, no escuchar al otro y faltar al respeto al 'respetable'. Es el caso de Raúl del Pozo, columnista de contraportada de El Mundo que tomó el puesto del fallecido Francisco Umbral en 2007, ya sabéis, el que venía a hablar de su libro.
La primera y última vez que he visto a Raúl del Pozo en persona fue durante los Cursos de Verano del Escorial de 2009. Acabada su conferencia sobre Larra, me atreví incluso a participar en el turno de preguntas, pero él siempre miraba el reloj y movía la cabeza rápidamente de uno a otro lado, sacudiendo sus flecos blancos. Unos días más tarde, en otra conferencia en la que también estaba presente Amando de Miguel, una joven hizo una pregunta un tanto etérea y antes de que acabara de hacerla, Del Pozo dijo a micrófono abierto y remangándose para consultar de nuevo el reloj: ''bueno, esto tiene que acabarse ya''.
Hay varias razones de mi preferencia por este autor. Me gusta, al igual que David Gistau, por su estilo directo y desenfadado, pero codificado al mismo tiempo, por su profundidad y sus grandes muestras de infinita cultura. Me gusta también porque es un periodista que presume de héroes que hacen las veces de referencia, como Dostoievski y Larra. Y sobre todo me gusta por la manera que tiene de empapelar la actualidad, lo que está ocurriendo, con el paso del tiempo y las estaciones. Envuelve la basura de España con las hojas del Retiro en otoño, con la nieve de los tejados castizos en invierno, con el zumbido de las abejas en primavera y el revolotear de las alondras y golondrinas en verano, ese verano que en nuestro país siempre tarda en irse.
Me gusta que Raúl del Pozo simbolice la independencia de la que hacen gala otros escritores de El Mundo, como Arcadi Espada, Santiago González, Antonio Gala -ese comecuras- o Jiménez Losantos, en permanente distanciamiento con su director, Pedro J. Ramírez. Me gusta también que dote de un aire castizo a sus columnas, como siguiendo la huella de Umbral, y que cuando habla de España parezca que está hablando sólo de Castilla, que es el más romántico de los reinos que la fundaron, y el más decadente. Me gusta, como me gustan todos los periodistas decimonónicos en el Madrid del siglo XXI.