domingo, 12 de octubre de 2014

PARA MÍ EL 12-O ES...

Cuando era más joven me apasionaba España. Llegué a comprar una bandera nacional en Rosa Negra, una tienda en el centro de Sevilla, y la colgué de mi cuarto. En el primer coche que tuve para moverme por Sevilla y Madrid, durante la universidad, puse también una cinta de tela alrededor del retrovisor -algo que entonces estaba de moda y que, según percibo, ya no se lleva tanto. En mi año en Canadá, con 18 años, veía TVE 24h por Internet y escuchaba a Jiménez Losantos por la noche, cuando en España era por la mañana. Echaba de menos Sevilla, Andalucía, la playa, los amigos, el colegio, la seguridad de que tu familia te lo prepare y resuelva todo. Y es que Montreal me cambió, porque tenía que ir al banco a despachar yo mis asuntos, tuve que pagar mis primeras facturas de teléfono, lidiar con el técnico -atreviéndome en francés- que vino a instalarme Internet al piso. En fin, que me desvío. Estaba hablando del profundo amor y nostalgia que sentía por mi país. En los años anteriores a trasladarme a Madrid, veía también el desfile del 12 de octubre con gran emoción y alegría.

Poco a poco, fui abriendo los ojos. Algunos ya lo sabéis y habéis leido a lo largo de los últimos años mi opinión del pueblo español, refrendada en mis lecturas de Larra, Quevedo, Ortega y otros autores internacionales, además de muchos actuales. No obstante, no todo fue leer, también observar. Con los años me he llegado a convencer profundamente, gracias también a los viajes, de que los principales problemas de una nación como España comienzan desde el pueblo, o sea desde abajo, no desde arriba. Lamentablemente soy una excepción fulgurante, puesto que mis compatriotas pecan de orgullo (y la consiguiente falta de autocrítica) al igual que los alemanes pecan de exactitud o los turcos de etnocentrismo. La carrera de Periodismo me ofreció mucho tiempo para leer y también para observar. Madrid es un gran laboratorio de España, un crisol de culturas, estilos y procedencias. Una encrucijada donde hay de todo yendo hacia todos lados, donde a veces nada es lo que parece y donde los golpes de suerte a veces suceden a los de mala suerte y vice versa. Ya escribiré algún día alguna entrada dedicada a Madrid. 

Total, que algún día aciago me deshice de la bandera y dejé de sentir nada por mi país. Además seguí viajando y desarraigándome, y mi cuerpo se convertía en un rompecabezas con piezas de los cinco continentes, de donde sacaba lo bueno para intentar sustituir las piezas malas; o sea, que mi postura en España cada vez era más de turista, ya nunca más de ciudadano. Y es que empezaba a comprender algo que nunca supe explicar con palabras hasta que ayer leí un artículo en El Confidencial en el que se recordaba la definición de nación por Ernest Renan''Una gran agregación de hombres, sana de espíritu y cálida de corazón, crea una conciencia moral que se llama nación. Mientras esa conciencia moral demuestre tener fuerza por los sacrificios que exige la abdicación del individuo en beneficio de la comunidad, la nación será legítima, tendrá derecho a existir''. Cuando digo que los problemas empiezan desde abajo, y no desde el poder político, me refiero a que en España no ha existido, hasta ahora que yo sepa al menos, una abdicación del individuo en beneficio de la comunidad. Empezando si queréis por los empresarios, ¡ojo!, pero de ninguna manera quedándose ahí la cosa. Hoy en día, el parado quiere extender lo máximo posible su prestación, no vaya a ser que el Estado -o sea, todos nosotros- ose quedarse con más de lo que él ha aportado; el trabajador también quiere aportar lo menos posible a las arcas, empezando por ese 20% de economía sumergida a la que, por cierto, Pablo Iglesias aún no se ha referido. El 70% de los jóvenes quiere ser funcionario. Y, al final, la vaca del estado -machacada, para más inri, por la corrupción, el enchufismo y el derroche- está más tiesa que el que se fue a pedir prestada una cuerda para ahorcarse. 

De hecho, pongo la tele hoy y mi desilusión -¡qué digo, desilusión era antes, ahora es desinterés!- es mucho más grande con el izado de banderas o con la perspectiva de todos esos políticos inútiles en la grada. Me meto en Twitter y veo que #NoHayNadaqueCelebrar es Trending Topic en Sevilla. Como lo oyen. Y no os creáis que se trata de una autocrítica sobre nuestra cultura y mentalidad actuales, que sería bienvenida y sana, sino, como siempre, una que mira a nuestros complejos históricos. Una autocrítica sobre lo que nuestros ancestros de hace 500 años emprendieron en una época muy distinta donde no había un consejo de Seguridad de las Naciones Unidas que autorizara o no invasiones porque simplemente las invasiones no existían, como tampoco existían fronteras ni guardias en una cabina que te pusieran un sello en el pasaporte. Comentarios de denuncia del tipo 'genocidio', o 'saqueo', o 'vergüenza' florecen aún en Twitter por gente a la que le encanta criticar pero no proponer. Gente que no sabe, sencillamente, ofrecer un modelo ideal de país más allá de la retórica facilona y anticapitalista desde, por supuesto, un I-Phone. 

Por todo esto, y porque mis planes de futuro pasan por asentarme aún más en Alemania y seguir conociendo su historia más reciente, sus problemas y ambiciones, cuando hoy he puesto la tele y he visto al Rey Felipe mirar en silencio la bandera que honraba a los que han dado su vida por España en el pasado, los pelos ya no se me han puesto de gallina como hace seis, siete años, cuando aún estaba en la Complutense; ni he sentido nada especial. De repente, las únicas brasas de emoción que he encontrado han sido en un recoveco de la chimenea de mis sentimientos, al acordarme de grandes personajes que hoy verían con más tristeza aún que en sus tiempos la deriva de mi país: San Isidoro de Sevilla, Nipho, Quevedo, Larra, Costa, Castelar, Cánovas del Castillo, Unamuno, Baroja, Azaña, Umbral, Antonio Herrero y otros muchos. 

miércoles, 19 de febrero de 2014

EL ESTADO ES UN BOTE

Mi amiga N comparte vivienda con dos amigos, S y A, en una céntrica calle de Heilbronn. Se trata del típico piso de estudiantes, en alemán Wohnungsgesellschaft, con tres habitaciones, cocina y baño para compartir. Lo que suele distinguir a lasWohnungsgesellschaften de los pisos a secas, o Wohnungen, es que estos últimos sí tienen salón. Por tanto, mi amiga N tan sólo comparte las zonas comunes de la cocina y el baño.

Cuando yo llegué a la ciudad en octubre y no tenía nada, N me invitó a pasar la noche en su casa. A la mañana siguiente descubrí un bote en la cocina con un par de billetes de 5 euros y varias monedas. Por lo visto, me dijo, es algo típicamente alemán: los que comparten el piso hacen sus pequeñas aportaciones mensuales para comprar utensilios y productos de limpieza para la casa. No es la aportación lo que me sorprendió, pues eso se hace en todos los pisos compartidos del mundo, sino el hecho de que el bote estuviera en la cocina y al alcance de cualquiera, incluso durante las visitas.

No obstante, no tengo planeado comentar los paralelismos entre la transparencia gubernamental y la doméstica en un país como Alemania en contraste con España, sino que me voy a centrar en el bote en sí. En el concepto de presupuesto. Me gustaría reflexionar sobre lo que está pasando en España en estos momentos con el ejemplo de ese bote, para que mis amigos lo entiendan. Antes que nada, querría simplemente señalar la diferencia entre déficit y deuda. El déficit es la diferencia entre lo que se ingresa y lo que se gasta, es decir, si el bote recibe unos ingresos de 15 euros mensuales y se gastan 20 en productos para la casa que benefician a todos sus ocupantes, el déficit mensual de ese bote será del 25%. En el presupuesto del mes siguiente, por tanto, a los gastos previstos hay que incluir ese déficit de 5 euros, que suele financiarse con deuda (pedir prestado a otros). Si mi amiga N quiere endeudarse para poder financiar el bote, lo que hace es emitir unos bonos de deuda que gente con dinero compra. El bono es un simple ticket que dice ''te debo este dinero en el futuro, más los intereses'', avalado por mi amiga N.  

Hoy hemos conocido con gran alarmismo la noticia de que la deuda española ha alcanzado el 94% del PIB, la cifra más elevada de los últimos 100 años. La noticia la han dado los mismos medios que día a día nos informan con gran regocijo e irresponsabilidad de los ''éxitos'' del Tesoro Público (órgano encargado de emitir bonos de deuda) en la emisión de títulos de deuda. Así que cuando leas una noticia, querido amigo, con el Tesoro en el titular, más vale que te eches a temblar, porque están informando de lo que vas a deber a los acreedores en el futuro.

¿Qué está sucediendo con el bote español? Hablando en plata, que mucha gente está chupando de él. ¿Por qué llevamos teniendo un alto déficit desde que estalló la crisis? Ésta no es una pregunta metafísica, pese a que a muchos interesados les guste compararla al ''ser o no ser'' de Shakespeare o a juegos esotéricos. La pregunta tiene una respuesta más fácil de lo que parece, y es simple: el Estado gasta más de lo que ingresa. Inmediatamente surge otra pregunta: ¿cómo es posible, con esos recortes que no paran desde el estallido de la crisis? La respuesta es ''depende de qué recortes''. De nuevo, nos topamos con la manipulación del Gobierno y los medios, que para más inri, forman parte del sector más afectado por dicha crisis y necesitan vender miedo como sea. En una reveladora noticia de El Confidencial de septiembre de 2013, a la Comunidad de Madrid se le había desbocado el gasto sanitario un 37% en pleno proceso de privatización. Es decir, mentira aquello de que la privatización traiga automáticamente más eficiencia. Al mismo tiempo, Libremercado aseguraba más tarde que los gastos de la Comunidad de Madrid en Sanidad y Educación habían aumentado en 7.800 millones en plena crisis. Todo esto apunta a que las administraciones han eliminado camas, pero no personal, y no solo en Madrid. Finalmente, los datos de la EPA de 2013 le dejan a uno paralizado: el año pasado, el número de funcionarios se había reducido con respecto a 2011 en casi 300.000 personas, pero de 2007 a 2011 (los años más duros de la crisis) el número de empleados públicos había llegado a aumentar en 346.000. Los coches oficiales, asesores, agencias, el número de políticos y sus dietas, desgraciadamente, no entran en la EPA.

Con estos datos, y mientras la deuda sigue creciendo, no le queda a uno más remedio que entender la encrucijada que Luis del Pino nos propone: los españoles hemos de decidir entre autonomías y estado de bienestar. Sin embargo, cuando uno vive en Alemania y es consciente de que aquí también hay descentralización y las regiones son sostenibles, cabe preguntarse si no es un problema de la vigilancia que los españoles hacemos de ese bote que es nuestro Estado. España es actualmente una pocilga, pero de aquellos polvos que levantábamos al bailar, estos lodos en los que nos peleamos a garrotazo, como en el cuadro de Goya. Digo bailar porque, desde que gobierna Mariano Rajoy y el Estado ya no da ni para papeles de bonos de deuda, tengo la impresión de que hay muchos más rebeldes que antes, especialmente en la red, y concretamente ''rebeldes sin causa'', como los define Julio Anguita, gente que, mientras toda nuestra mierda se gestaba, no protestaba, porque se conformaba al ver dinero entrando y saliendo del bote sin control. Es gente que, en los buenos tiempos bailaba, reía y frivolizaba. La Historia de España está en la película del Gran Gatsby: ''en aquel tiempo todos bebíamos demasiado. Mientras más armonía teníamos con la época más bebíamos''

jueves, 30 de enero de 2014

PEDRO J. RAMÍREZ: EL REFERENTE

Cuando era pequeño, recuerdo que miraba la tele con desinterés, a menos que hubiera algo de dibujos animados, y de vez en cuando, cuando mi padre ponía lo que le interesaba, aparecían hombres trajeados y gritando, micrófonos, policías, maletines de dinero, tartas en la cara y bombas, muchas bombas. De vez en cuando aparecía un señor bastante acaparador, tanto en lo físico como en lo dialéctico, que hablaba con el mismo acento de la gente de mi entorno, y al que siempre se subtitulaba como Felipe González Presidente del Gobierno. Entonces, mi padre rompía su silencio secular y gritaba para sí y para los que escuchábamos con los playmobil en la mano: ''-¡GOLFO! ¡MÁS QUE GOLFO!'' 

Conste que mi padre pertenece a ese nada despreciable puñado de españoles que votaron a ese 'golfo' en 1982 y que luego se habían sentido decepcionados, traicionados o simplemente atracados, como es el caso de mi progenitor. En ese brusco cambio de opinión tuvo mucho que ver una persona que luego sería determinante, maestra y condición sine qua non para mi desarrollo profesional y personal hasta el mismo día de hoy: Pedro J. Ramírez, director primero del Diario 16 y luego del diario El Mundo del siglo XXI.  

Al alcanzar la edad de aprender a conducir, que en la familia González siempre ha rondado los 16 años, mi padre dejaba su periódico en la mesa y nos llevaba al descampado a dar vueltas con el coche, siempre recordándonos que estaba haciendo un gran sacrificio porque no había otra cosa que le gustara más que ''leer el periódico por la mañana''. Yo, pobre ignorante entonces, no concebía esa preferencia. Tengo que admitir que no he empezado a ser un lector espeso hasta los 19 años, gracias en parte a la profesora de Literatura Española Pilar Bellido, de la Universidad de Sevilla, puestos a agradecer y a mostrarnos sentimentales.  

En efecto, hoy estoy un poco tocado con la noticia -aparecida ayer- de que Pedro J. Ramírez abandona la dirección de El Mundo. Según El Confidencial y él mismo en su despedida de la redacción, la presión por parte del Gobierno ha sido notable. Pero hoy no quiero hablar de política (me encanta la novena definición del término que hace la RAE: ''Actividad del ciudadano cuando interviene en los asuntos públicos con su opinión, con su voto, o de cualquier otro modo''), sino de recuerdos. Del recuerdo de quien me ha acompañado desde que lo descubrí y de quien ha supuesto una fuente indiscutible de crecimiento personal.

Fue una tarde -allá por 2003 o 2004- en la oficina de mi padre cuando me puso el periódico sobre la mesa y me dijo: ''qué bien escribe este tío''. Recuerdo perfectamente que la carta trataba sobre los pactos de Zapatero con los catalanistas Carod Rovira y compañía. La gran ilustración de Ricardo mostraba a los independentistas de entonces seduciendo y pasteleando con el jefe de Gobierno de entonces. Pero no sería hasta años más tarde, en 2007, que empezaría a leer -y acumular- periódicos compulsivamente, coincidiendo con mi traslado a la Universidad Complutense de Madrid. Todos los domingos me levantaba temprano para ir al quiosco de la calle Silvano y hacerme con un ejemplar de El Mundo. Me acuerdo de que entonces vivía una época dorada en lo que respecta al aprendizaje, aunque en lo social el panorama fuera más negro que el betún. En realidad, eran las dos caras de una misma moneda: empecé a sustituir los viernes de ocio por las lecturas y renuncié a la superficialidad para curtirme en la responsabilidad. A decir verdad, desde entonces me he sentido como el médico de la película Master and Commander, quien al llegar a las Galápagos pide permiso para estudiar a los animales a pesar de que el comandante, encarnado por un genial Russell Crowe, mete prisa para no perder el barco francés al que persiguen. Fernando Albero tenía razón al recomendarle a Amando de Miguel, con rima incluida: ''Si quieres ser tan feliz como me dices, no analices, muchacho, no analices''.

En 2009, durante los Cursos de Verano del Escorial, tuve incluso la oportunidad de hacer una pregunta a Pedro J, que se pasó por las conferencias que organizaba su diario. Me acuerdo muy bien de la pregunta y muy poco de su respuesta, quizá porque mientras me contestaba, ni yo mismo en mi candencia me creía la cuestión que había formulado: ''Bueno, aquí está todo el mundo peloteando al director de El Mundo, pero yo le voy a poner un poco en apuros... ¿qué opinión le merece la estrategia de El Mundo de copiar las exclusivas de Intereconomía con la caza del juez Garzón con el ministro Bermejo?''. Esbozó la sonrisa que estamos acostumbrados a ver en televisión cuando sus entrevistados intentan torearle o, peor aún, cuando contestan lo que Pedro J. quiere saber en ese preciso instante.

Esas conferencias fueron clave para estrechar mis lazos con el periódico. Ahí conocí a Francisco Rosell, director del diario en Andalucía, una persona a quien me volvería a encontrar más tarde en una librería, a finales de 2010. Desde 2011, tuve la oportunidad de publicar un par de cartas al director hasta que, en agosto de 2012, llegó el momento culmen de mi carrera cuando Rosell me dio la oportunidad de publicar un amplio reportaje (una página entera no es moco de pavo) sobre el 70 aniversario de la Guerra del Pacífico en Guadalcanal, redactado en una cabaña con electricidad de generador, rodeado de mosquitos y gorroñeando el sitio a mi anfitrión, el dueño del albergue.

Ahora abandona la dirección del periódico su principal fundador, y como he comentado con mi amigo Carles, el hecho es comparable a un magnicidio, pues muchos -o al menos yo- imaginábamos que Pedro J. aguantaría el tipo hasta el final, e incluso que con la originalidad que le caracteriza sería capaz de llegar a preparar una carta dominical póstuma. Este domingo estaré esperando esa última carta con gran interés, pues si ya las ha habido buenas, la última debe ser insuperable. Puede ser una gran lección para El Mundo.