Es la tercera vez en menos de un mes que unos desgraciados invaden una obra de arte en un museo europeo con pintura o puré de patatas para protestar -o, mejor dicho, llamar la atención- y que escuchen su pregón religioso de combate contra el cambio climático.
Han conseguido que en Europa no se vendan coches de combustión dentro de algo más de 10 años, están coqueteando con la prohibición o encarecimiento brutal de la carne y han convencido al personal de que volar -el tráfico aéreo supone un 2% de la contaminación en el planeta- es algo asocial, hasta el punto de hacer viral una expresión sueca como flugskam (vergüenza de volar).
Bien, de acuerdo. Entonces, si al que prescinde del coche, se hace vegetariano y propaga la genial idea de ir en tren hasta países pobres como Santo Tomé y Príncipe (que solo saldrán de la miseria con el turismo) solo le queda acudir a museos en su tiempo de ocio, por qué tiene que aguantar a estos subnormales?
Llevamos más de 20 años sin poder llevar botellitas de agua en aviones, y hay sitios maravillosos en el Mundo, como las Grotto caves del Líbano, donde a pesar de la desorganización general del Estado se las arreglan para proteger el patrimonio geológico prohibiendo móviles y cámaras de fotos en la entrada... pero los museos europeos aún no han despertado para pararles los pies a esta gente.
Cuándo despertarán? Espero que no sea demasiado tarde, cuando les de por atacar un cuadro con productos químicos que hagan imposible una restauración en condiciones.
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