En diciembre de 2020, la revista británica The Economist se hacía eco de un artículo de Science Advances en el que Randall Haas comunicaba el descubrimiento de la tumba de una mujer de 9.000 años junto a la que posaban herramientas de caza, como por ejemplo piedras afiladas.
En esta noticia de dos columnas y apenas nueve líneas, The Economist se esmera en hacernos saber dos veces que el hallazgo demuestra la 'obsoleta' noción de que sólo los hombres de la Antigüedad fueran cazadores.
La lectura del texto me retrotrajo a mis tiempos en secundaria, cuando la cultura woke estaba sólo en período de gestación y no en pleno florecimiento como hoy en día. Retumba en mis oídos aún la voz grave de Francisco Miguel, el profesor de Conocimiento del Medio; y la de Encarnita, en Historia, cuando mencionaban la importancia de los egipcios de enterrar a sus faraones con sus tesoros y esclavos (si no recuerdo mal, vivos). Entonces se nos decía que era un mero trámite simbólico para mantener esa riqueza en el futuro, aunque acabara siendo una riqueza que acabase luego en los bolsillos de saqueadores europeos y no europeos durante los siglos XIX y XX.
La interpretación del descubrimiento de la tumba de Perú -las mujeres cazaban porque ''sus'' herramientas se enterraban junto a ellas- me parece un perfecto ejemplo de pseudociencia woke a la que tanto estamos acostumbrada hoy en día. O sea, esa ciencia substituta de la religión por la que sólo se puede interpretar un hecho histórico de manera que justifique o fomente el cambio de mentalidad o la reesctritura cómoda de la Historia.
Que a ninguno de esos científicos se le haya podido pasar por la cabeza que esas herramientas de caza o cocina por aquel entonces podrían haber tenido un valor monetario o al menos de simbología de clase, según el cual las damas merecerían el mejor homenaje de los hombres (propietarios de esas herramientas) en los entierros, demuestra el carácter religioso de la ciencia de nuestros días.
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