El espíritu de 'Madiba' recorre nuestro continente. La gratitud de los europeos hacia el líder sudafricano toca todos los ámbitos. No, no es que Europa tenga problemas raciales, un régimen de Apartheid que derrumbar o un sistema político concreto que pisotee los derechos humanos. Pero Nelson Mandela ha conseguido, tras su muerte, algo no menos milagroso que lo que logró en vida: que mucha gente que nunca habla de política -por desinterés o pura ignorancia- ahora se vuelque en recordar su figura en las redes sociales, ya sea con imágenes, frases o comentarios.
El fenómeno es digno de estudio en cualquier carrera. Pareciera que la política solo puede ocupar la conciencia y el debate de una mayoría de personas cuando, en primer lugar, hay una muerte de por medio que añada romanticismo al asunto; y, en segundo lugar, cuando el objeto en cuestión -Mandela, en este caso- ofrece algún tipo de consenso amplio en la sociedad, de tal manera que si se alaba y recuerda a un personaje que ha logrado la unión y reconciliación racial de un pueblo, ello solo pueda acarrear adhesiones y aplausos.
Esta actitud convierte el debate necesario en esporádico y dependiente de los obituarios, lo cual desfavorece poco a poco el desarrollo normal de la política. En España en concreto, el cliché y los mitos lo han invadido todo. Si ahora sufrimos la crisis política y económica más grave de las últimas décadas, eso se debe en gran parte a una dejación de funciones generalizada de la sociedad, unas funciones que empiezan por la ejemplaridad del propio ciudadano y terminan por el control sobre los dirigentes, que no son sino el reflejo más fiel de aquellos que les han votado.
Para compensar esa falta de participación política, muchas personas no dudan en expresar puntualmente opiniones políticamente correctas al abrigo de vigilias como la de ahora, dando la razón al actor Orson Welles cuando afirmó que ''muchas personas están demasiado educadas para no hablar con la boca llena, pero no se preocupan al hacerlo con la cabeza hueca''.
No reclamo, desde esta tribuna, un mundo utópico en que el tema de conversación sea siempre la política. Es verdad que detesto que la gente utilice su derecho al sufragio sin compartir sus inquietudes o proponer soluciones, pero comprendo que muchos huyan de ella, o que al menos la integren en su vida privada para evitar cualquier crispación. Lo que sí me gustaría es que la política, en sus escasos momentos de protagonismo, lo fuera para el presente, no para las nostalgias y los discursos vacíos.