domingo, 8 de diciembre de 2013

EL EFECTO MANDELA

El espíritu de 'Madiba' recorre nuestro continente. La gratitud de los europeos hacia el líder sudafricano toca todos los ámbitos. No, no es que Europa tenga problemas raciales, un régimen de Apartheid que derrumbar o un sistema político concreto que pisotee los derechos humanos. Pero Nelson Mandela ha conseguido, tras su muerte, algo no menos milagroso que lo que logró en vida: que mucha gente que nunca habla de política -por desinterés o pura ignorancia- ahora se vuelque en recordar su figura en las redes sociales, ya sea con imágenes, frases o comentarios


El fenómeno es digno de estudio en cualquier carrera. Pareciera que la política solo puede ocupar la conciencia y el debate de una mayoría de personas cuando, en primer lugar, hay una muerte de por medio que añada romanticismo al asunto; y, en segundo lugar, cuando el objeto en cuestión -Mandela, en este caso- ofrece algún tipo de consenso amplio en la sociedad, de tal manera que si se alaba y recuerda a un personaje que ha logrado la unión y reconciliación racial de un pueblo, ello solo pueda acarrear adhesiones y aplausos.

Esta actitud convierte el debate necesario en esporádico y dependiente de los obituarios, lo cual desfavorece poco a poco el desarrollo normal de la política. En España en concreto, el cliché y los mitos lo han invadido todo. Si ahora sufrimos la crisis política y económica más grave de las últimas décadas, eso se debe en gran parte a una dejación de funciones generalizada de la sociedad, unas funciones que empiezan por la ejemplaridad del propio ciudadano y terminan por el control sobre los dirigentes, que no son sino el reflejo más fiel de aquellos que les han votado.

Para compensar esa falta de participación política, muchas personas no dudan en expresar puntualmente opiniones políticamente correctas al abrigo de vigilias como la de ahora, dando la razón al actor Orson Welles cuando afirmó que ''muchas personas están demasiado educadas para no hablar con la boca llena, pero no se preocupan al hacerlo con la cabeza hueca''.

No reclamo, desde esta tribuna, un mundo utópico en que el tema de conversación sea siempre la política. Es verdad que detesto que la gente utilice su derecho al sufragio sin compartir sus inquietudes o proponer soluciones, pero comprendo que muchos huyan de ella, o que al menos la integren en su vida privada para evitar cualquier crispación. Lo que sí me gustaría es que la política, en sus escasos momentos de protagonismo, lo fuera para el presente, no para las nostalgias y los discursos vacíos.

martes, 5 de noviembre de 2013

RAÚL DEL POZO

Sabes que eres un obseso de la lectura cuando uno de tus escritores favoritos te cae muy mal. Y sabes que un escritor es bueno cuando se puede permitir la arrogancia, no escuchar al otro y faltar al respeto al 'respetable'. Es el caso de Raúl del Pozo, columnista de contraportada de El Mundo que tomó el puesto del fallecido Francisco Umbral en 2007, ya sabéis, el que venía a hablar de su libro.

La primera y última vez que he visto a Raúl del Pozo en persona fue durante los Cursos de Verano del Escorial de 2009. Acabada su conferencia sobre Larra, me atreví incluso a participar en el turno de preguntas, pero él siempre miraba el reloj y movía la cabeza rápidamente de uno a otro lado, sacudiendo sus flecos blancos. Unos días más tarde, en otra conferencia en la que también estaba presente Amando de Miguel, una joven hizo una pregunta un tanto etérea y antes de que acabara de hacerla, Del Pozo dijo a micrófono abierto y remangándose para consultar de nuevo el reloj: ''bueno, esto tiene que acabarse ya''. 

Hay varias razones de mi preferencia por este autor. Me gusta, al igual que David Gistau, por su estilo directo y desenfadado, pero codificado al mismo tiempo, por su profundidad y sus grandes muestras de infinita cultura. Me gusta también porque es un periodista que presume de héroes que hacen las veces de referencia, como Dostoievski y Larra. Y sobre todo me gusta por la manera que tiene de empapelar la actualidad, lo que está ocurriendo, con el paso del tiempo y las estaciones. Envuelve la basura de España con las hojas del Retiro en otoño, con la nieve de los tejados castizos en invierno, con el zumbido de las abejas en primavera y el revolotear de las alondras y golondrinas en verano, ese verano que en nuestro país siempre tarda en irse.

Me gusta que Raúl del Pozo simbolice la independencia de la que hacen gala otros escritores de El Mundo, como Arcadi Espada, Santiago González, Antonio Gala -ese comecuras- o Jiménez Losantos, en permanente distanciamiento con su director, Pedro J. Ramírez. Me gusta también que dote de un aire castizo a sus columnas, como siguiendo la huella de Umbral, y que cuando habla de España parezca que está hablando sólo de Castilla, que es el más romántico de los reinos que la fundaron, y el más decadente. Me gusta, como me gustan todos los periodistas decimonónicos en el Madrid del siglo XXI. 

sábado, 2 de noviembre de 2013

EL CONSERVADURISMO DE LOS ESPAÑOLES

Siempre se ha dicho que España es un país de izquierdas. A simple vista, basta sumar los votos del PSOE en sus mejores tiempos con los de IU y los nacionalistas (la inmensa mayoría autoproclamados 'de izquierdas'), para obtener al menos 15 millones de sufragios. Habría que añadir los de Unión Progreso y Democracia, erróneamente calificada de derechas (principal e indirectamente en el periódico El País) por su componente patriótico. Ya se sabe que en España, desde hace tiempo, izquierda y patriotismo están reñidos.

Cualquier politólogo que estudiase el programa político del partido de Rosa Díez con una venda en los ojos lo asociaría con cualquier movimiento socialdemócrata europeo o liberal en Norteamérica. Sin siquiera entrar en detalles, la mera denuncia de la desigualdad entre comunidades autónomas (fomentada por los nacionalistas sedicentes progresistas) ya dice mucho de la orientación ideológica de la agrupación magenta.

Yo, sin embargo, soy de la opinión de que España es un país brutal y descaradamente conservador. He encontrado incluso numerosos casos en que votantes de un partido de derecha comulgaban con mucha más frecuencia que los de izquierda con los preceptos generalmente atribuídos a estos últimos, a saber: la generosidad, el respeto a la libertad ajena, el amor por la tolerancia, la conciencia ante el medioambiente, etc.

Pero, en general, la abrumadora mayoría de españoles son conservadores, si entendemos por conservadurismo la definición que la propia izquierda ha pincelado en las últimas décadas a su gusto: el egoísmo, la postración frente a la acción, la obsesión por la propiedad privada y el desprecio o maltrato de lo colectivo (propiedad pública), la desconfianza, la falta indiscutible de iniciativa o riesgo, etc. 

Pondré algunos ejemplos. Con el estallido de la burbuja inmobiliaria, ha salido a la luz en varios informes que España es el país de Europa con mayor número de casas en propiedad (cerca del 90%), frente a otros países como Alemania donde la regla es que ese mismo porcentaje sea el de titulares de un contrato de alquiler. Éste me parece un caso muy ilustrativo y clarificador sobre la mentalidad atascada de los españoles. Para empezar, que diría Anguita, el hecho de que un porcentaje tan alto de españoles se hipotequen significa, ante todo, que sus posibilidades de reinventarse ante la crisis (salir de la postración) disminuyen de manera notable, porque cargan con la losa de una obligación mensual que los limita económicamente, especialmente si no tienen empleo. Pero además, este dato revela y testifica que los españoles aprecian la propiedad privada infinitamente más que la pública. La ex ministra socialista Carmen Calvo, otra conservadora, lo resumió en lo crematístico: ''el dinero público no es de nadie''; y la observación de las calles o playas en la mañana siguiente al botellón lo sintetiza en lo estético: sería impensable que alguien dejara botellas vacías o rotas en el salón de su casa, o latas y bolsas pegajosas en sus cuartos de baño, pero la acera ''no es de nadie'' y que lo limpie el barrendero, ''que para eso está''.

Otro ejemplo es el ruido. España tiene el dudoso honor de ser, tras Italia, el segundo país más ruidoso del mundo. Importa más hablar que ser escuchado, como dijo Amando de Miguel. Esa es en realidad una forma de egoísmo. Pero luego están los gritos, los tuteos, la falta de consideración a ciertas horas por el sueño de los demás. El Estado del bienestar que protege la sedicente izquierda es en realidad, sin darnos cuenta, un estado de malestar.

El último ejemplo que quería mencionar es el que he llamado ''efecto Arzu''. Arzu fue un jugador del Betis afamado por su mala calidad pero asistencias increíbles. Sus lejanos y precisos pases de un campo a otro me recuerdan a esa esencia de los españoles tan nuestra que es la de pasarnos la pelota de unos a otros, en este caso para no tener que pensar demasiado. Me refiero a la elusión de responsabilidades, a las pocas ganas de implicarse en los problemas que atañen a otros (nuevamente, porque preferimos recrearnos en nuestro espacio privado). Esto conlleva a una falta de productividad enorme, de la que hablaré en otra nota.

La lista de defectos es larga, y el sufrimiento está asegurado. No quiero parecerme a John Hunter, famoso cirujano escocés con una enfermedad coronaria grave, que llegó a decir: ''mi vida está en manos de cualquier patán que decida alterarme''. De hecho, así fallleció, tras una discusión en un ateneo clínico.  

sábado, 26 de octubre de 2013

LEGO AND THE GERMAN LANGUAGE

German looks tough, but it isn't that bad. The hard thing of it is the fact that it takes longer (years) than other foreign languages to be spoken fluently. It has easy rules, but too many. It's all about practice and perseverance. Speaking fluent English is like building a house, but speaking fluent German compares to building a skycraper.  
Why is that? Let's keep on with the building example. Imagine the game Lego. For me, the difficulty of German lies in several factors:

-First of all, the pieces have too many colours (accents) depending on the regions, thus it's really hard for me to adapt to every single person I talk to, because the words that they spit out sound totally different when you drive just 50 kms away. 

-The building of a German Lego has different instructions than the rest, namely you have to follow a different order. You don't say ''I don't think its a good idea to but the turkey that grandma bought for Christmas in the oven'', you say instead ''Ich glaube nicht, dass es eine gute Idee ist, den Puter, den Oma für Weihnacht gekauft hat, im Ofen zu stellen'', meaning ''I think not, that it a good idea is, the turkey, that grandma for Christmas bought has, in the oven to put''. Now, reading that might be more or less understandable, but it means hell in the first stages of hearing German, or even now for me during conferences and speeches, after having been learning it for three years. 

 -But it's not only about colours or the order of the Lego pieces. It's also about the hinges that join the pieces (if there was any in Lego). I am talking about the ''Deklinationen'' here, the fact that an object could have several different articles depending on the situation. For instance, a car is neutral, so you use the article 'das', but if you drive with the car, you drive with 'dem' car. If you get in the car, you go 'ins' car. If you change the wheels of the car, you change them from 'des' car...

-There's also a cultural thing, and this has nothing to do with Lego. Germans are efficient, so they want quick and efficient answers. By the time the foreigner is thinking of a correct answer (I need to do it even in Spanish) and translating it into a proper german, the German listener is already yawning. Germans are also nice and original people who tend to approach you in the early hours of the day with a sentence, a question or a joke that you just... don't expect, so your brain has to think twice -or three times more. Such questions could be ''So did you survive?'' (after an action from yesterday that you just forgot), or ''What time are you going?''. This is the awkardest question of all for me, because I tend to forget what I have ahead and apparently Germans know your agenda better than you, because they plan more in advance than you.

-Unlike English speakers, Germans use more complicated words when they could actually use simple ones. English use 'Do' and 'make' a lot, whereas Germans pick other verbs of their rich vocabulary to mean the same thing. So they don't ask, for example, ''what are you doing today'', but ''what are you enterprising today?'', or they don't say ''to take a picture'' (ein Foto zu machen), but ''capture, give place to a picture'' (ein Foto aufzunehmen).  

There are many other facts that make this beautiful and entertaining language hard, but I am forgetting them now. A German will probably remind me later.

domingo, 20 de octubre de 2013

ETA A LA CARTA

No recuerdo cuándo empecé a interesarme por la política. Pero sí me acuerdo muy bien de mi primer pensamiento político, acompañado de indignación. Tenía 15 años y sucedió en Crawley, Inglaterra. A la salida de un curso de inglés, una mujer de Valencia ya entrada en años hizo un comentario sobre ETA. Dijo que no entendía ''cómo mataban a civiles. Si tienen que matar, que vayan a por los políticos''. No dije nada, pero el comentario me resultó repugnante, pese a que a mi edad lo normal es que estuviera saltándome las clases y dando ninguna importancia a lo que me rodeaba, pues eso era cosa de adultos.  

Hoy sigo lamentando la indiferencia de la gente ante temas tan importantes como el terrorismo. Y creo que, aunque son una minoría, hay gente que piensa como la señora de Valencia. Pero es que hoy, leyendo la carta de Francisco Rosell en El Mundo, me entristece enterarme de que un día de octubre del año 2000 los secuaces de ETA asesinaron a Luis Portero, fiscal jefe de Andalucía, definido por el propio Rosell como ''martillo pilón contra la corrupción''. Y me he acordado de la insensata e insensible señora de Valencia.

Porque hay algo que tenemos que tener muy claro. No hay una escala de buenos y malos dividida entre políticos, policías, jueces, periodistas, militares y civiles. No. Al igual que la mafia en Italia, ETA, desde su existencia, o por lo menos desde la muerte de Franco, ha tenido en su objetivo a gente que independientemente de su uniforme incomodaba al nacionalismo, gente que hacía las cosas bien y trabajaba por la libertad. Pero sobre todo eran lo primero: ciudadanos libres que ponía palos en las ruedas del mal, llámese corrupción o nacionalismo, lo mismo es. Nunca ha tenido en el punto de mira a políticos nefastos, a personas que dividen, a la gentuza de la peor calaña, porque no le ha interesado. Siempre ha querido arrancar las flores y regar las malas hierbas.

Me viene a la mente Gregorio Ordóñez, un tipo que hablaba tan claro -pese a referirse a País Vasco como Euskal Herria, algo que no entenderé nunca- que, siendo del PP, llegó a ser el más votado de toda Guipúzcoa, ahora en manos de ETA. O el del inspector Eduardo Puelles, clave en la lucha contra el terrorismo. Son los objetivos propios de la mafia, aunque esta mafia vasca se distinga de la italiana en que no se matan entre ellos mismos.  

jueves, 25 de abril de 2013

REFLEXIONES EN EL ANZAC DAY

Doy por seguro que cuando vuelva a España, después de año y medio sin pisarla, muchos me verán cambiado, o al menos yo me veo ya muy cambiado, y eso que estoy aún viajando, sin ser todo lo consciente de mis cambios que seré en mi retorno. Pero puedo presentir que muchos aspectos de mi 'yo' de antes de partir a Colombia -primer destino de esta gira- han desaparecido o se han transformado.
Quiero pensar que ese cambio ha sido inequívocamente positivo. Y eso me da miedo. Porque si hay cosas que he cambiado y que me gustan, puede que a otros no y entonces me siento incómodo. Por ejemplo, Oceanía, y en particular Australia, me han desinhibido mucho a la hora de actuar, de dar un paso adelante. Ahora pienso menos las cosas y endulzo menos lo que quiero decir; arriesgo más; voy directo al grano; digo lo que pienso sin pensar mucho lo que digo, como cantaba Fito; y eso, en una sociedad como la europea y, por ende, la española, donde priman los eufemismos y la corrección política, puede tener consecuencias. Al desinhibirme, ya sea haciendo más bromas, diciendo más palabrotas o atreviéndome a hacer comentarios que a otros les puedan sonar inoportunos, yo me libero, porque digo lo que pienso y lo expulso; pero puedo pecar de maleducado, desconsiderado o insensato.

Creo que para el bienestar emocional es preciso dar rienda suelta al interior, aunque siempre con la mejor de las intenciones y con respeto o humor hacia el prójimo. El europeo interpreta las cosas muchas veces con desconfianza, ve agresividad donde sólo hay franqueza. Esas ganas de ser sincero son las que pienso que me han llevado a tener pequeños errores hablando con familiares por teléfono, como al decir en público que un sobrino mío tenía una gran cabeza, leyéndolo su padre. Es algo que sigo viendo normal, al menos en muchas familias, pero que después de tanto tiempo sin contacto directo con la mía, puedo ver ahora con cierto arrepentimiento.
Me gustaría tener ganas de desglosar las razones por las que pienso que hay tanta diferencia entre la relajación de los australianos y neozelandeses y la tensión siempre a flor de piel en los europeos. Pero creo que son muchas. Lo resumiré en que es una cuestión de demografía e historia. También algo se debe a la diferencia entre las economías, una en permanente crisis desde hace siglos y otra en tranquilo y constante crecimiento desde la fundación de sus Estados, sin la irrupción de guerras o diferencias culturales étnicas numerosas. De hecho, Australia y Nueva Zelanda pueden presumir de ser de los pocos países occidentales sin haber contado con guerras civiles, si ignoramos por supuesto las guerras coloniales, cuando aún no existían los Estados. Curiosamente, el único desfile militar que celebran estas dos naciones (el ANZAC day, que se celebra hoy) se hace en honor a los caídos en la Primera y la Segunda Guerra Mundial, de las que cada vez quedan menos veteranos con vida.
Pero lo que más influye en esta diferencia de tensión, de forma de vida, sin duda alguna es la situación política, o sea la organización de nosotros mismos. He repetido muchas veces que la política no es algo que tenga que gustarnos o no, sino que es un fenómeno en el que tenemos que interesarnos nos guste o no. En la siguiente entrada me gustaría explicar el por qué.