jueves, 19 de septiembre de 2024

No sólo de la fruta vive Macedonia

 Agosto de 2018

Macedonia es un país poco conocido, aunque lo suficientemente cerca de países fuertes para que los estereotipos cundan y roben protagonismo a la Historia, de la que no escasea esta nación balcánica. En concreto su nombre nos hace pensar, al menos a los francófonos e hispanohablantes, en la hiperfamosa ensalada de frutas. Pero más allá del uso que los extranjeros demos al nombre de este país, los propios macedonios ya llevan décadas en un conflicto más importante con Grecia por su topónimo a raíz de un malentendido histórico: es Alejandro Magno macedonio de la región de Grecia o del país fronterizo por el norte? Los macedonios decidirán la respuesta en un referendum a finales de este mes, aunque con una pregunta bien preparada por el Gobierno proeuropeo para buscar el sí: Cambiamos el nombre para contentar a Grecia y así entrar en la UE y la OTAN? Lo de Grecia no es literal. Ni siquiera está en la pregunta. Pero se sobreentiende.

Más allá de frutas y referendos, esta antigua república yugoslava corre el riesgo de hacer olvidar al viajero otro de sus productos más preciados: el vino. Como en otros países del Este de Europa que apuestan por la vinicultura como mayor industria económica, principalmente Moldavia, Macedonia es aún por la indiscutible calidad de sus vinos y la increíble asequibilidad de sus precios un destino paradisíaco para los amantes del vino y el buen comer. Para disfrutar del vino macedonio hace falta desplazarse a las bodegas de la región principal alrededor de Kavadartsi, en el centro del país. En esta población, que en un caluroso día de finales de julio da la impresión de pueblo fantasma, se encuentra la bodega Tikvesh. Normalmente se necesita reserva, pero tuvimos la suerte de encontrarnos con un vigilante comprensivo que nos guió desde el aparcamiento hasta las profundidades de esta bella fábrica de placeres con olor al mejor producto de la mejor fruta de esa macedonia en la que todos pensamos: la uva.

Una vez dentro, y tras haber bajado escaleras decoradas con mosaicos del dios Baco, recorremos -aún de la mano del simpático y profesional vigilante- un pasillo largo de barriles de vino hasta llegar a la puerta de un restaurante en el que nos esperan tres mesas libres para elegir. Las otras dos están ocupadas por turistas rumanos, alemanes y americanos. Hay un cocinero y un camarero, que se lanza a recomendarnos que no pidamos demasiados entrantes puesto que el menú ya incluye mucha comida. Lo cierto es que no son platos abundantes, pero llegan en total a cuatro. De primero ensalada con caviar, de segundo trucha, de tercero bistec de ternera y de cuarto el mejor brownie en mucho tiempo. Todo un menú de boda acompañado continuamente por una degustación de cinco vinos diferentes, servidos dos veces cada uno. En total, los cuatro platos y las diez copas de vino, más dos botellas de regalo para casa, por el módico precio de 28€ por persona. El lector sentirá la tentación de cuestionar la calidad del vino, pero el paladar no engaña, aun sin haber estudiado enología.

Para los conocimientos de todo lo relacionado al vino macedonio ya está el amable camarero, al que no le importa repetir las mismas informaciones en cada mesa y, por supuesto, atender a las preguntas que surjan. Siempre pidiendo permiso para interrumpir las necesarias conversaciones que van surtiendo entre plato y plato, cuya distancia temporal de 20 minutos ha sido meticulosamente diseñada para permitir a los comensales darle a la sinhueso aprovechando que, en esta bodega, la falta de cobertura del móvil obliga a volver a los tiempos en que comer no era compatible con la contemplación de una pantalla en la palma de la mano.

Falta por saber qué cambiará antes, el nombre el país o su imagen infravalorada en el resto del Mundo.

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