Agosto de 2018
Macedonia es un país poco conocido, aunque lo suficientemente cerca
de países fuertes para que los estereotipos cundan y roben protagonismo
a la Historia, de la que no escasea esta nación balcánica. En concreto
su nombre nos hace pensar, al menos a los francófonos e
hispanohablantes, en la hiperfamosa ensalada de frutas. Pero más allá
del uso que los extranjeros demos al nombre de este país, los propios
macedonios ya llevan décadas en un conflicto más importante con Grecia
por su topónimo a raíz de un malentendido histórico: es Alejandro Magno
macedonio de la región de Grecia o del país fronterizo por el norte? Los
macedonios decidirán la respuesta en un referendum a finales de este
mes, aunque con una pregunta bien preparada por el Gobierno proeuropeo
para buscar el sí: Cambiamos el nombre para contentar a Grecia y así
entrar en la UE y la OTAN? Lo de Grecia no es literal. Ni siquiera está
en la pregunta. Pero se sobreentiende.
Más allá
de frutas y referendos, esta antigua república yugoslava corre el
riesgo de hacer olvidar al viajero otro de sus productos más preciados:
el vino. Como en otros países del Este de Europa que apuestan por la
vinicultura como mayor industria económica, principalmente Moldavia,
Macedonia es aún por la indiscutible calidad de sus vinos y la increíble
asequibilidad de sus precios un destino paradisíaco para los amantes
del vino y el buen comer. Para disfrutar del vino macedonio hace falta
desplazarse a las bodegas de la región principal alrededor de
Kavadartsi, en el centro del país. En esta población, que en un caluroso
día de finales de julio da la impresión de pueblo fantasma, se
encuentra la bodega Tikvesh. Normalmente se necesita reserva, pero
tuvimos la suerte de encontrarnos con un vigilante comprensivo que nos
guió desde el aparcamiento hasta las profundidades de esta bella fábrica
de placeres con olor al mejor producto de la mejor fruta de esa
macedonia en la que todos pensamos: la uva.
Una
vez dentro, y tras haber bajado escaleras decoradas con mosaicos del
dios Baco, recorremos -aún de la mano del simpático y profesional
vigilante- un pasillo largo de barriles de vino hasta llegar a la puerta
de un restaurante en el que nos esperan tres mesas libres para elegir.
Las otras dos están ocupadas por turistas rumanos, alemanes y
americanos. Hay un cocinero y un camarero, que se lanza a recomendarnos
que no pidamos demasiados entrantes puesto que el menú ya incluye mucha
comida. Lo cierto es que no son platos abundantes, pero llegan en total a
cuatro. De primero ensalada con caviar, de segundo trucha, de tercero
bistec de ternera y de cuarto el mejor brownie en mucho tiempo. Todo un
menú de boda acompañado continuamente por una degustación de cinco
vinos diferentes, servidos dos veces cada uno. En total, los cuatro
platos y las diez copas de vino, más dos botellas de regalo para casa,
por el módico precio de 28€ por persona. El lector sentirá la tentación
de cuestionar la calidad del vino, pero el paladar no engaña, aun sin haber estudiado enología.
Para
los conocimientos de todo lo relacionado al vino macedonio ya está el
amable camarero, al que no le importa repetir las mismas informaciones
en cada mesa y, por supuesto, atender a las preguntas que surjan.
Siempre pidiendo permiso para interrumpir las necesarias conversaciones
que van surtiendo entre plato y plato, cuya distancia temporal de 20
minutos ha sido meticulosamente diseñada para permitir a los
comensales darle a la sinhueso aprovechando que, en esta bodega, la
falta de cobertura del móvil obliga a volver a los tiempos en que comer
no era compatible con la contemplación de una pantalla en la palma de la
mano.
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