martes, 12 de febrero de 2008

UN PROFE ANORMAL


Y no digo subnormal porque, a diferencia de él, no creo que los prejuicios sean positivos, sea cual sea la faena que le hayan hecho a uno.

Esta mañana me despertó una llamada de la Complutense para firmar la declaración de convalidación de asignaturas de la Universidad de Sevilla a mi programa en Madrid. Cuando me presenté en secretaría aproveché para preguntar por mi carné universitario, para el que me requerían una fotocopia del DNI. Fue por ello por lo que me dirigí al ascensor, donde un profesor alto, de pelo blanco y hablando sobre sus frustraciones en el trabajo con otro doctor, esperaba el elevador. Se abrieron las puertas y el de pelo blanquecino siguió hablando con su compañero, con lo que me colé dentro de la caja y pulsé el -1, planta en la que está situada Reprografía. Nos encontrábamos en la tercera planta, y el profesor pulsó la 5 planta al tiempo que se echaba las manos a la cabeza al ver que ya alguien antes había pulsado el -1. En efecto, el elevador iniciaría un trabado viaje al sótano antes de llegar a la quinta planta que el profesor habría hecho en mucho menos tiempo a pie.

Empezó a gritarme ''Pero qué haces? no hombre no, baja a pie hombre'' el profesor se dio cuenta de la gravedad de tener que subir dos plantas a pie por culpa de un adelantado. ''¡no me hagas esta faena!'' gritaba mientras se alejaba.

Creo que para una persona con una presupuesta carrera universitaria, con un doctorado, con una edad lo suficientemente avanzada como para tolerar y aguantar los pequeños detalles que día a día nos dan para pensar y que provocan ciertos odios que hemos de contener no debería haber caído en el error de ordenarme, con una frustración que le cegaba del todo, que ''bajara a pie''. Primero, porque los pisos que yo quería atajar eran más que los que él pretendía subir en ascensor, y segundo, porque el caballero desconocía por completo si yo era enfermo de rodilla o de alguna otra parte del cuerpo, muy presente hoy en día en el que los jovenes hacen tanto deporte; sin contar, evidentemente, con el hecho de que yo hubiese entrado antes en el ascensor, a expensas de que el canoso doctor terminara su conversación, haciendo esperar a un alumno que tenía el mismo derecho a utilizar el ascensor.
¿Falta de respeto hacia los demás?. Sí. El acto no se justifica de ninguna manera. ¿Qué hubiera pasado si la anécdota hubiera ocurrido al revés?. O mejor: ¿hubiera podido ocurrir?

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