domingo, 15 de agosto de 2010

NOSTALGIA, LO PEOR DE LA MENS SANA

La nostalgia puede incluir recuerdos de momentos dolorosos, aun tolerables, de los que hablaba Cioran: aquellos daños cotidianos que, soportables y livianos, nos van minando en mayor medida que los más graves y escasos.

Pero si de algo me he dado cuenta en estos últimos tiempos, es de que la nostalgia sólo existe en la 'mens sana'. No conozco a muchos nostálgicos. Sí a algunos melancólicos. Pero melancólico puede ponerse cualquiera, hoy en día. A decir verdad, no conozco a ningún nostálgico. El otro día, una tía me dijo que estaba ''obsesionado'', y que la obsesión no era buena. Me quedó la duda de si lo que había percibido ella era un abuso de nostalgia o una obsesión a secas.

El caso es que no paro de mirar al pasado. Es la mejor forma de proyectar el futuro, y a veces me ayuda, aunque también es verdad que me atrapa. Y entre medio, el tiempo, que me va arrastrando y amputando los miembros poco a poco. Es penoso que el hombre sea el único animal que tropiece con la misma piedra, pero también da pena no utilizar la inteligencia, que es otra de las cosas que nos separan del resto del mundo animal.

Esta semana he descubierto otro de los motivos por los que, en el extranjero, me siento mejor. Hace un año hablaba del idioma, un factor que sin duda influía porque siempre nos vemos condicionados por una lengua pobre en palabras, con la que podemos justificar nuestras carencias o deslices. Pero lo que he encontrado ahora es otra cosa. Es el conocimiento del estado de las cosas. Pero tampoco he descubierto el mediterráneo: ya dijo algún sabio griego que ''la felicidad está en no saber'', ergo, sólo los tontos pueden ser felices, ergo, no soy el primero en darse cuenta que el desconocimiento da cierta alegría al cuerpo.

En efecto, me quedan muchas cosas por aprender de España, pero de la situación política sé demasiado. También de la social y de la económica. Una de las cosas que más me jodían de Madrid era pasearme por la Gran Vía una noche a las tres de la madrugada, porque aquello parece el Edén en pleno desfase, la arteria de un país con afección cardíaca dado un colesterol de cinco millones de parados.

Entonces, ¿por qué estoy feliz en Alemania? Porque ahora mismo me estoy dedicando, más o menos, a vivir. Así de simple. No conozco la realidad política, acaso que gobierna la derecha con los liberales, pero de las meticulosidades no me sé nada. No sé quién engaña, o quién roba. No hay desorden, en realidad, por lo que no tengo que preocuparme por coger la escoba mientras los demás bailan. He aquí el meollo de la cuestión.

Pero no hay que dormirse, porque si mi sueño es quedarme aquí, entonces estoy obligado a informarme de lo que me rodea, porque si no, formaré parte de la chusma, y lo que es peor, no valdré para ningún trabajo en el futuro en la carrera que me gusta y que hace cuatro años elegí estudiar.

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