Siempre se suelen ver contradicciones e incongruencias del adversario en el tema económico. Por ejemplo, los votantes de derecha suelen adjudicar a los de izquierda una hipocresía imperdonable cuando éstos viven como marqueses, muchas veces a costa del empobrecido pueblo (véase Pablo Iglesias Turrión), y a su vez estos, aunque con menor frecuencia (pese a que no les falta razón), ven hipócritas a los votantes o representantes de derecha que abusan de la generosidad del Estado. Aunque, todo hay que decirlo, esto último se da mucho menos que lo primero.
Lo que ocurre es que también hay incongruencias más allá del campo económico. En el discurso woke encontramos una incongruencia de peso cuando las feministas se adentran en el terreno cultural de otras naciones. Estas feministas, a veces, intentan imponer su visión 'modernizadora' a otras naciones con tradiciones y culturales que en teoría no podían ser violadas por los invasores imperialistas de fuera. Porque... no es acaso el discurso woke el que castiga la 'apropiación cultural' (básicamente de los blancos) y, en general, condena toda colonización económica, militar y política de occidente sobre los pueblos oprimidos del Tercer Mundo -la mayoría de ellos gracias al capitalismo ya con pie y medio en el segundo y con ansias de pertenecer al primero?
Por cierto, con el término woke me refiero a la progresía. El concepto es casi una patente de la revista británica The Spectator.
En agosto de 2019, la directora ejecutiva del lobby feminista Girl Effect, Jessica Possner Odede criticaba en El País la poca presencia de las nuevas tecnologías empoderadoras de la mujer en el Tercer Mundo. Denunciaba, en su artículo 'Para ellas', que si bien la cantidad de mujeres de países con ingresos bajos y medios que poseían un teléfono móvil había aumentado en cerca de 250 millones de 2014 a 2019, aún seguía habiendo 184 millones menos mujeres que hombres con este objeto de lujo en sus manos.
Esta crítica me recuerda a la de los salarios, cuando se compara el salario medio de hombres y mujeres sin tener en cuenta los trabajos y la diferencia de sexo en aquellas carreras con mejores perspectivas laborales (informática e ingeniería, a día de hoy). En la denuncia de la disparidad en la posesión de teléfonos móviles, me pregunto si Possner Odede había considerado las tradiciones de esos países pobres en los que las mujeres suelen dedicarse a las labores del hogar, para las que no necesitarían un móvil al contrario que sus maridos, que en una jornada ajetreada en Bombay podrían dedicarse, por ejemplo, a repartir chicken masala en bicileta.
Lo perverso de este debate es que si en vez de ser una crítica general a la disparidad de género fuera un estudio financiado por Samsung, Amancio Ortega o cualquier empresa global exitosa, no habrían tardado ni un segundo las feminstas en activar la alarma de la apropiación cultural o el imperialismo.
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