Hace unos días, conocíamos la noticia de que Andalucía había logrado un superávit en 2020 de 3.200 millones de euros. La noticia fue enormemente sorprendente por dos motivos. El primero, porque este superávit habría sido imposible en las últimas décadas: los andaluces estábamos acostumbrados a ver números rojos. El segundo motivo es que este superávit se daba con una pandemia que ha reducido el turismo exterior -primera gran fuente de ingresos en Andalucía- a casi cero.
Tengo que admitirles que nunca me ha gustado elogiar a ningún partido político. Como la inmensa mayoría de la gente, suelo votar al que creo que menos mal va a hacerlo, no al que va a hacerlo mejor. Pero creo que, con tan solo comparar el gobierno actual de PP y Cs con los anteriores gobiernos, siento unas ganas tremendas de celebrar que el PP esté gobernando con apoyo de Cs y Vox en Andalucía. Es lo peor que les podría estar pasando hoy a los andaluces.
UN ESTADO EN BRASIL DEL QUE SE HABLA POCO
La noticia del superávit me recordó en seguida una noticia de The Economist del verano de 2019 en la que se explicaba la buena evolución económica de Espirito Santo, un estado brasileño que siempre se había encontrado entre los más pobres del país.
Cuenta el artículo (titulado 'Spirited effort', acorde a los habituales juegos de palabras de la revista británica) que gracias al gobernador Paulo Hartung, que fue el presidente estatal de 2003 a 2010 y otra vez entre 2015 y 2018, logró impulsarse una estricta reducción del gasto burocrático que permitió luego a la región invertir por habitante mucho más de lo que otros estados (se compara con Río de Janeiro) invierten.
La reducción fiscal en este estado fue de un 14%, y esto dentro de un país, Brasil, en el que el gasto público en pensiones y empleados públicos supone el 80% del total del gasto nacional, comparado con un usual 50-60% de otros países. Bajo el lema 'el gasto público va en ascensor, mientras que los ingresos van por las escaleras', el carismático Hartung recortó también en el parlamento y en la judicatura, y se mantuvo firme pese a huelgas salvajes de, entre otros, la misma policía estatal.
Podría decirse que Hartung allanó el camino a otros políticos como el mismo Bolsonaro, cuyo ministro de Hacienda, Mansueto Almeida, prometió flexibilizar la deuda de los estados siempre que se cumpliera con una ley de estabilidad presupuestaria de gasto en personal del año 2000, incumplida hasta entonces (saludos a Pedro Solbes).
Hartung no centró su política reformista en los recortes, sino que también sustituyó la red de profesores funcionarios para contar con un total de 60% de profesores con contratos temporales (comparado con la hiperendeudada Río de Janeiro, que sólo tiene un 3% de profesores con contrato temporal). Hay que destacar que, a pesar de este cambio en el sistema educativo, el rendimiento de los alumnos en este estado subió de tal forma que Espirito Santo pasó del puesto noveno al primero a nivel nacional. Algunos profesores lo achacaron a que los peores alumnos abandonaban la escuela y eso subía la media, pero lo cierto es que, como un director de colegio explicaba a The Economist, cuando los profesores tienen un contrato definido, tienden a esforzarse más ante el riesgo de ser despedidos.
Espirito Santo puede ser un modelo más -como Chile, como Madrid, como la Colombia del siglo XXI- de referencia para el mundo iberoamericano, y esperemos que Andalucía haya cogido ese rumbo para muchos años más.
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