Allá por el 2005, teniendo yo 17 años, un profesor de inglés de Canadá con padres ucranianos fue preguntado por la cuestión de Quebec, y respondió que él se consideraba ''un federalista'', enfatizando que para él era importante la unidad de Canadá. Por aquel entonces me chocó su autodefinición, porque federalista me sonaba en aquellos tiempos de Rovira, Maragall y Zapatero exactamente a lo contrario: más independencia, desigualdad y autodeterminación.
La clave de mi error nos la dio, cómo no, unos años más tarde el gran Juan Francisco Fuentes en las clases de Historia de la Complutense. Fuentes matizó que el federalismo podía significar unión o desunión dependiendo de si era centrífugo o centrípeto. En el caso de Canadá o Alemania, por ejemplo, el federalismo suponía unir, a lo largo de los siglos, pequeños trozos de puzzle para crear hoy una nación o unidad política. En el caso de España, el movimiento federalista (empezando por la I República, continuándolo en la II República y hasta hoy en Democracia) supondría el despedezamiento de una unidad política creada oficialmente en 1492, con la conquista de Granada, o incluso antes, en torno a 415, con la fundación de la Hispania visigoda -es decir, podría decirse que el 1492 español, como muy tarde, fue el 1871 alemán, año de la fundación del II Imperio (segundo Reich de Bismarck, el primero fue de Carlomagno y el tercero, de Hitler).
Los alemanes, para referirse al fenómeno que nosotros conocemos en España como ''estado autonómico'', utilizan precisamente el término ''Föderalismus''. En los tiempos del coronavirus, este término ha tenido una connotación más bien negativa. La mala prensa se ha debido sobre todo a la descoordinación entre el gobierno nacional (federal) y los 'países' federados (Bundesländer) en la estrategia de contención del virus. El periodista Martin Knobbe, de la revista progresista Der Spiegel, explicaba que las Oficinas de Sanidad encargadas de registrar las infecciones y hacer un seguimiento de los ciudadanos en cuarentena dependían de las comunas (algo así como diputaciones provinciales), lo que dificultaba una unidad de acción de la política alemana.
Knobbe, sin embargo, hacía una defensa general del federalismo en su artículo. La descoordinación durante el coronavirus, para él, sería comparable a la avería de un coche que es, aun así, un coche de calidad. Lo interesante son sus dos ejemplos para defender la legitimidad del federalismo. Primero menciona un viaje de Montesquieu a la admirada 'República federativa de Alemania' en 1728. Pero qué francés no admiraría un poco de variedad en leyes, derechos, deberes y libertades, viniendo de un estado que, antes que centralista, era absolutista? En 1728, después de todo, Alemania ni existía, sino más bien el Sacro Imperio Romano Germánico, un conjunto de países por federar. Lo que Montesquieu estaba visitando, en definitiva, era un conjunto de principados y republiquitas comerciales muy chiquitas como para hacer daño.
El segundo ejemplo era el de los fundadores de la República Federal actual, quienes en 1948, por orden de Estados Unidos, se habrían dado una constitución muy federal para quitarle poder al gobierno nacional y así evitar futuras dictaduras al estilo del III Reich. Puede que la idea fuera esa, no soy yo nadie para discutirla, pero sería de una ignorancia destacable negar que la paz que vivimos (Ucrania no es UE ni OTAN) y la luz y taquígrafos a las democracias europeas actuales no vienen de un sistema o modelo de gobierno determinado, sino de la existencia de la Unión Europea y la OTAN, cuyos inicios se establecen poco después de ese año fundador de 1948.
Decir que un modelo federalista protege al ciudadano de dictaduras nacionales es ignorar que todas las leyes y decretos regionales en Alemania han estado basados en la Ley Nacional de Protección ante Infecciones (Infektionsschutzgesetz). Y quién es el último bastión que defendería a los alemanes de una hipotética futura Ley Nacional de Limpieza de la Raza? correcto: no serían las regiones de Sajonia o Sarre, sino la Unión Europea.
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