domingo, 21 de mayo de 2023

Michael Jäger y Julia Hertäg en Sudáfrica

 Cualquiera que haya recorrido Sudáfrica, especialmente en coche de alquiler, conoce la escena: llega a una gasolinera y en cada surtidor le esperan tres o cuatro empleados negros preparados para servirle -a cambio de una propina al final, por supuesto. Lo mismo ocurre en muchos restaurantes: puede que el dueño sea blanco (en general, lo es), pero no es atípico ver a varios camareros negros ociosos en una esquina, decidiendo a quién le toca servir en una mesa.

Esta realidad se fundamenta en las medidas de ''affirmative action'', o discriminación positiva tal como se conoce en el mundo anglosajón, que buscan arreglar las injusticias históricas contra las minorías de un país. Aunque hay que apuntar aquí que en Sudáfrica los negros no fueron nunca una minoría. En el caso del Apartheid, fue una minoría blanca precisamente la que reprimió a una abrumadora mayoría negra. Detrás de la Broad Based Black Economic Empowerment Act 53 del año 2003 se busca promover la contratación de colectivos 'históricamente' marginados (pese a que el Apartheid acabó hace 30 años) con la recompensa a los negocios que participen. Aquellas empresas que contraten a población negra, incluso si es más de la que necesitan -y suele ser más- ganan puntos para las solicitudes de colaboración con la administración pública en forma de contratos gubernamentales. Esto, evidentemente, fomenta el canibalismo estatal, convirtiendo a Sudáfrica en imitadora colectivista de España, donde esta semana se presentaron 20.000 opositores a un examen para 500 plazas de Correos. Pero esto es para una historia aparte. El caso es que el propio presidente Ramaphosa consideró públicamente en 2021 la reforma de este sistema de discriminación positiva por puntos.

En los últimos años, medios e intelectuales de derechas han solido criticar a la izquierda mundial por olvidar la lucha de clases y sumergirse en debates innecesarios y ridículos en torno al identitarismo. Sin embargo, en un artículo de 2021 del semanario comunista alemán Der Freitag, Michael Jäger afirmaba que ya el programa del Partido Socialdemócrata alemán pedía en 1891 combatir ''no sólo la explotación y represión de los trabajadores, sino cualquier tipo de explotación y represión, sea esta contra una clase, un partido, un sexo o una raza''. La verdad es que no conocía yo esta premisa y tampoco la voy a poner en entredicho. Digamos que confío en el señor Jäger. Y admito que la cita ha supuesto para mí una revelación.

El problema fundamental es que la izquierda, desde la caída del muro de Berlín y el fracaso de sus propuestas económicas, ha 'eyectado' su faceta económica y material, por lo que se agarra cada vez más fuertemente a su vertiente identitaria. El mismo Der Freitag cita en el mismo número de abril de 2021 al exvicecanciller socialdemócrata Sigmar Gabriel (2013-2017), cuando en 2020 dijo que su partido ''encuentra hoy la política identitaria para las minorías más importante que la material, social y cultural de sus seguidores clásicos''. Un ejemplo palmario de esta tendencia, más clara aún en la extrema izquierda, fue una recensión de Julia Hertäg también en este número de Der Freitag en la que comentaba que ''un blanco fue director de Nothing But a Man, una película que contaba la vida de afroamericanos'', para continuar diciendo que ''esto en 1964 no era un problema'', es decir, asegurando indirectamente que hoy es o al menos deberíamos considerarlo como un problema.

En el segundo párrafo de ese artículo de Hertäg, Das Leben mit anderen (La vida con otros), leemos a la autora revelando que el director de la película en realidad era judío, y no cualquier judío, sino un huído del Holocausto. Ver para creer! El identitarismo de la ultraizquierda, en 2021, ha conseguido fusionar al blanco caucásico con el judío. Y se niega a ambos (aunque son, aparentemente, lo mismo) rodar películas sobre negros.

Lo cual nos devuelve al tema de Sudáfrica. Único país del mundo con una política de discriminación positiva para una 'minoría' que en realidad resulta ser el grupo racial claramente dominante. Y esto sólo puede denunciarlo alguien como Ramaphosa, porque si a un blanco se le ocurre no ya ganar las elecciones sino presentarse como candidato o rodar una película sobre política y economía en Sudáfrica, más vale que no hable demasiado.

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