viernes, 14 de noviembre de 2008

LA SERIEDAD LATENTE

¡Buenas noticias! En España no sólo los especuladores tienen un futuro de traje y corbata. También los que saben hacer regurgitar la seriedad latente que nos envuelve; sí, hombre, me refiero a esos dedos de frente que sueltan el cubata y nos hacen sentar cabeza. Sólo a unos pocos, claro.

Me explico. Somos más cuadriculados de lo que pensamos. Cualquiera sabe que los únicos comparables a los alemanes en cuanto a puntualidad ferroviaria son los españoles. Hacer negocios en España es un placer, sobre todo si se es un enviado especial. Gozamos de seriedad en el trabajo. Aquí juega mucho el estereotipo, es verdad: los andaluces no son vagos, pero cierto es que trabajan con desgana. Pues bien: eso no les quita seriedad, de hecho son seriacos en exceso.

¿Véis que techo? Ni Calatrava. Al final, no sólo sabemos hacer aeropuertos y ampliarlos, pues también sabemos utilizarlos y aprobar una ley que regule el pago por minuto. Señores: el problema de España no es España, son los españoles. Es algo que ya decía Aznar en su libro homónimo. El que no paga es el que se lleva la barrera por delante, como sucedió a mi padre en el aparcamiento de Pradollano alguna vez. Desde este punto de vista, no se si rebasamos a Italia en Renta Per Cápita, pero seguro que la adelantamos en modales. Al menos los italianos no son comparables a nosotros. Joder, aquí pintamos pasos de cebra por algo, se respetan (casi) en todos los casos.

Quiero decir, que el que quiere vivir seriamente lo puede conseguir. Yo debería haber sido japonés, o alemán. El problema llega cuando ese colectivismo progre que nos acecha a diario nos involucra en un accidente de tráfico y morimos, y nada se puede hacer. Yo tengo respeto hacia los demás, tengo carné y seguro, sin embargo me mato. ¿Por qué? Esto es España... Hay seriedad, lo que pasa es que no se practica. La DGT es seria, lo que pasa es que no sabe exprimir su efectividad al máximo. Empezando porque siempre se centra en un tema; ahora estamos con los móviles, pero, ¿qué pasa con el alcohol, la velocidad, el cinturón, las carreras clandestinas?

Se puede aprovechar esta seriedad que nos rodea, incluso mejorarla; la putada es que estamos indefectiblemente involucrados. Tenemos que tragar con que se nos mire en el metro, tenemos que aguantar miradas agresivas por doquier, sin importarnos el qué dirán porque aquí, claro, somos muy a lo nuestro, una bola para cada uno.

Y luego el rey. ¿Por qué él es rey y no yo? Cuando se acaba la fiesta, sólo sobreviene la envidia. En efecto, querido Watson: ¡Es la fiesta, y la envidia, estúpidos!

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