domingo, 20 de septiembre de 2009

EL ''ESPAÑOL LINCE''

Como biólogo encubierto, llevo meses estudiando una raza especial de español a la que, hasta ahora, no había sabido poner nombre. Es el español que destaca sobre los de su especie porque es capaz de anular su sed de cerveza, inhibir sus ansias de tapas y anegar sus ganas de fútbol para pararse a hacer un análisis certero del hábitat en que vive, España. Y ya le he puesto nombre; es el ''español lince'', porque está en peligro de extinción.

Mi instinto protectivo, quizá, es el que me lleva a dar saltos de alegría cuando me topo con uno de estos españoles. El corazón se me acelera y de repente se concentran todas mis ganas de cháchara -reservadas durante toda la semana- para ese momento. Cuando me encuentro con uno, siento una profunda necesidad de abordar al lince en cuestión porque su agudísima vista y el delicado grado de serenidad con que examina la decadencia de nuestra sociedad son para mí casi motivo de orgasmo. Es más o menos lo que experimentas cuando, después de 20 días recorriendo Cuba, tu madre te prepara un cocido con chorizo, morcilla, tocino y gallina como bienvenida a casa.

Ayer, en concreto, fueron dos -¡dos!- los linces que encontré en Madrid, madriguera de 5 millones de habitantes contando con el área metropolitana y aledaños, cuya proporción de malas hierbas y españoles comunes es, por consiguiente, elevada. El primero me lo encontré en la Puerta del Sol, que ahora mismo está tan levantada por obras que hasta a la Osa del Madroño le están buscando una nueva cueva para hibernar temporalmente (todos los osos hibernan temporalmente, por otra parte). La plaza del kilómetro cero, punto de tránsito de miles de turistas diarios, orfebres a sueldo, manteros portátiles y agentes de paisano era el último recoveco en que yo esperaba encontrar a uno de los míos, pero allí fue. Por cierto, se me olvidaba un dato importante: si están en peligro de extinción es porque se están muriendo, o en todo caso rebasan los 50 años de edad.

Aparecieron, fugazmente, dos quinquis, chanos, macarras, llámelo como quiera, con sus chandails fosforescentes, sus gorritas para arriba: ''Ahhh estos son los fachasssss'', apuntó uno cuando vio mi alcachofa (la alcachofa del micrófono, quiero decir). Nada importante.

El lince era un señor con bigote que se paró a curiosear el tenderete que Rigoberto Carceller había montado como protesta por el medio siglo de represión socialista en Cuba. Cuando fui a pedirle unas declaraciones para la tele, su elegancia felina rechazó mi envite y dispuso su arengas a micro cerrado: ''En Cuba quitaron a un dictador para poner a otro... peor todavía. Pero vamos, que lo que tenemos aquí [señala al suelo] es mucho peor. Aquí está habiendo una transformación brutal que no tiene nada que ver con la economía o la Ley, es una transformación total de los valores que siempre han imperado. ¿Qué me dices de Felipe González? Ese hombre estuvo mintiéndonos durante 14 años. Dejaron el país arrasado en 1996, vino el PP a levantarlo y ahora lo dejan igual... y culpan a todos los demás. Es a-lu-ci-nan-te [su bigote baila al son de sus labios, en completo desdén]''.

Por si fuera poco después de esta inyección de fenalfetamina, por la noche bajamos al piso 11, el de los vecinos Paqui y Miguel, para ver la TDT. Mientras intentaba, infructuoso, sintonizar Intereconomía, donde había de aparecer mi reportaje, Miguel me preguntó, con su mantita cubriéndole de abdomen para abajo y tosiendo sus 89 años por la boca:

- Bueno, ¿y tú qué opinas de lo que tenemos encima?
- Lo que tenemos encima -dije con el mando de la tele en la mano, que parecía un detector de mentiras que nunca vibró esa noche- es demasiado pesado como para quitárnoslo.
Tuve que repetirle la metáfora porque Miguel tenía los oídos más duros que una piedra.
- Es que lo que vais a heredar -dijo, con unos ojos llorosos, empáticos- va a ser tremendo. Ayer me llamó mi amigo Luis, excelente abogado de Gómez Ulla (¡imagínate si tiene años!) asustado: ''Miguel, estoy aterrorizado. Aquí ya no hay nada que hacer''.

1 comentario:

Falete dijo...

El profesor pregunta a Jaimito:

-¿Quién fue el primer hombre?
-Juan...
-¿Cómo que Juan? ¡Adán!
-Ah, pensaba que se refería al primer hombre español...

A mi blog se viene a disfrutar. Los demás, ¡a conspirar a la taberna!

:-)