sábado, 17 de abril de 2010

POR QUÉ LOS VIEJOS NO SONRÍEN

Me alegra muchísimo ver a un anciano reirse, y no digamos lanzando una carcajada. Al mismo tiempo, me molesta ver continuamente adolescentes riendo e incordiando. Es una cuestión de hartazgo: rechazamos lo repetitivo, adoramos lo excéntrico. Esto ocurre con las comidas. Si todas las noches cenamos ensalada, el día que llegan los sanjacobos se nos dibuja una sonrisa instantánea, se nos dilatan las pupilas y todos nuestros problemas parecen evaporarse junto con la comida en la sartén.

En serio, me agrada ver a un anciano sonreir. O mejor dicho, me aterra ver que la inmensa mayoría está siempre seria, algo que no se debe sólo a la experiencia de la vida, la madurez, la responsabilidad, las lecturas, la costumbre o el cansancio; es algo más. Las personas mayores van serias porque, a mi entender, cargan con un bagaje de recuerdos, nostalgia y arrepentimientos mucho más pesado que cualquiera de los nuestros. Sólo unos pocos afortunados son capaces de desprenderse de esa maleta y sonríen constantemente, incluso ante las cosas más futiles.

Yo, que no he leído casi nada; que sólo he visto 23 países, todos en occidente; que apenas tengo experiencia de calle porque ésta me abruma; que no consigo acostumbrarme a las putadas diarias; me siento a veces muy viejo. Me miro en cualquier reflejo y digo, ¿por qué estoy tan serio? Soy joven y aún no tengo el bagaje necesario para un semblante frío. No es infelicidad, estoy seguro. No puedo ser más afortunado. Quizá es tan sólo la soledad de pensar que, si he visto 23 países con 22 años y no sonrío, ¿cómo puede sonreír alguien continuamente sin haber terminado un libro, sin haber puesto un pie fuera de España, etc.? Estoy serio porque pienso en el qué hubiera pasado si... ¿Qué hubiera pasado si hubiese seguido una vida del montón? ¿Sonreiría? ¿Me harían gracia las banalidades cotidianas de la universidad, de mi entorno? Estoy seguro que me conformaría con cualquier cosa. Pero no ha sido así, y mi ambición no conoce límites. Estoy condenado a seguir deseando más, y por tanto a poner unas cotas que a veces se me antojan inalcanzables.

2 comentarios:

Mercedes Pajarón dijo...

Mon cher Falete, padeces esa terrible enfermedad (encima incurable) que te impide pertenecer al rebaño, a esa masa no pensante que ni sirve como base de pizza por ser insulsa y demasiado porosa a la estupidez.

Hay que reír cuando toca, y no soltar carcajadas bobaliconas, sin ton ni son, cada vez más parecidas a balidos.

Te mando un beso y una sonrisa... porque ahora sí toca.

ChusdB dijo...

Ja, ja, a mi si me hace reír,y tú sonreirás después, seguramente, cuando releas tu post y lo vincules a este comentario y al de Mercedes(Hoooola!)!