Para la desinformación empresarial son importantes determinados ingredientes como la mala fe o la envidia, pero el más importante de todos es el condimento manipulativo que lleve a pensar a la gente que la iniciativa privada siempre es egoísta y mala para la sociedad.
Cuando Dior, en manos de Bernard Arnault, el hombre más rico de Francia, compró el exitoso fabricante alemán de sandalias Birkenstock, el periodista Leo Klimm hilvanó algunos hitos de la biografía de Arnault en el periódico progresista Süddeutsche Zeitung y no olvidó mencionar que el empresario francés había comprado el conglomerado Boussac, en bancarrota en 1984, por la cantidad de un simbólico franco (saludos a Iñigo Errejón y Juan Carlos Monedero, convencidos de que en este tipo de compras, las deudas de la empresa son los padres), para despedir luego a una plantilla de 15.000 asalariados a los que había prometido mantener su trabajo.
Klimm buscaba, evidentemente, la ira del lector. Afortunadamente, el lector tiene a su disposición la poderosa herramienta de Internet para descubrir que hoy, Dior -que entonces era una de las muchas empresas que formaban parte de Boussac-, cuenta con una plantilla en todo el Mundo de 175.000 empleados. Solo desde 2015 hasta hoy, esa plantilla ha crecido en más de 50.000 personas.
Pues ahí tienen las fotos del New York Times, con los manifestantes contra la reforma de las pensiones de Macron ocupando con bengalas la sede de LVMH, simbolizando la demanda de que estos conglomerados contribuyan más al sistema de pensiones para que los franceses sigan pudiendo jubilarse a los 62 años hasta, pongamos, el año 2500.
Ignorantes ellos, que desconocen que, si cada empleado de Dior cotiza unos 2.000 euros anuales -tirando muy por lo bajo- en sus respectivos países, estaríamos hablando de 350 millones de euros anuales yendo a la caja de la seguridad social tan solo gracias a Dior.
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