Cuál es la diferencia entre dar clase a niños y a adultos? Hace un año no conocía la respuesta, porque llevaba más de diez años dando clase exclusivamente a adultos.
Antes de empezar en la escuela primaria, mi miedo era que los niños fueran demasiado salvajes, o que el material no fuera interesante. Lo cierto es que estoy positivamente sorprendido: los niños son muy graciosos, también son más agradecidos que los adultos y no son tan salvajes por la simple razón de que la autoridad del adulto puede amansarlos mejor que a unos adolescentes. En cuanto a los materialies, sí que pueden llegar a ser buenos y entretenidos, incluso para el profesor. Eso sí, lo que sigo echando de menos de las clases a adultos es el componente de 'cambiar el mundo'.
En octubre de 2019, un profesor de inglés famoso en el mundo BESIG (asociación conferenciante de profesores de inglés del ámbito internacional) llegó a la edición de Berlín presumiendo de haber hecho todo el trayecto desde Escocia en tren. Y es que el ecologismo, si no se presume de ello, no es ecologismo ni nada.
Pero resulta que esto no fue una simple presentación. Este profesor no venía a hablar de otra cosa que no fuera la ideología woke y la necesidad de usar las clases de idiomas para extenderla por el mundo. Cáspita, precisamente lo que yo llevaba haciendo años, pero con la ideología opuesta!
En efecto, este profesor abogaba por cambiar el mundo a través de las clases de idiomas. Suena ridículo, pero no lo es en absoluto. En qué otra situación social se da el caso de una persona desconocida abriéndose a aprender un sistema lingüístico -con todas las consecuencias culturales que ello conlleva-, a hablar de lo divino y de lo humano, de lo público y lo privado (porque sólo hablando se aprende una lengua) y además durante varias sesiones?
O es que acaso el mundo se cambia mejor en el trabajo, con colegas que han fraguado una relación bien distinta contigo, una relación plagada en muchos casos de tintes de competitividad, y por lo tanto cerrada a fuertes influencias de opinión?
Y qué tal parando a alguien en un aeropuerto, o llamando a puertas de las casas? es posible que ahí también se pueda cambiar el mundo, pero sería a velocidad de tortuga, y cosechando alguna que otra situación incómoda.
Porque ahí está la clave de las clases de idiomas: la predisposición del cliente a escuchar, repetir y aprender gracias, en muchas ocasiones, a las anécdotas o a las ideas del profesor. También a inspirarse por medio de consejos (un ejemplo fácil: decirle a un cliente que no vaya a Barcelona porque se ha convertido en el Bronx; lo mejor de todo es que no le estás mintiendo, y quizá le ahorres un susto).
Esto es un lujo del que no dispone tanto un profesor de matemáticas (que me perdone mi amigo José Carlos, que me consta que sabe cambiar el mundo muy bien por otros medios) o uno de bioogía, por la misma razón objetivista de las matemáticas.
Con los niños no se puede cambiar el mundo. Se les puede influir mucho, pero el grueso de su aprendizaje está en su propia familia. No en vano dejó escrito John Rawls que la moral filosófica olvidaba las diferencias reales entre cada uno de nosotros. O, como dice el refranero español, cada uno es de su padre y de su madre. Esta es una de las primeras y mejores lecciones de un profesor de primaria.
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