viernes, 21 de mayo de 2010

DE LA EMOCIÓN QUE UNO SIENTE AL EMPRENDER UNA MARCHA DE LONGITUD DESCONOCIDA

Tours, Francia, 9 de mayo de 2010

No paro de culturizarme. Ahora sé lo que pasa cuando a uno le cancelan un vuelo con motivo de una nube de cenizas: te dan a elegir entre otros destinos. Incluso si se trata de Ryanair, de un capital humano tan destartalado. El 9 de mayo de 2010 elegí Tours, por su proximidad con Orleans, donde vive mi hermano.

Aterrizar en Tours es muy agradable. El aeropuerto, implantado en un valle muy verde y caluroso, tiene el tamaño de un concesionario de coches usados. Como tal, encontrar un cajero automático en su interior es imposible, y aquí la tragedia griega de mi odisea: con tanto desvío y cancelaciones, me quedaban dos euros. El autobús a Tours costaba cinco. Me dirigí a uno de los tres gendarmes que custodian el aeródromo y le pregunté. ''Quinze minutes à Tours''. Pero... ¿a pie? ''Ah bon, a pied? Ce sont deux heures au moins...''

De modo que me puse en marcha. Ahora GoogleEarth me dice que son 6,4 kilómetros los que me separaban de la Gare Central de trenes, pero entonces no lo sabía. Con la maleta al hombro, me adentré en la autovía. Seguí con mucho cuidado las señales de tráfico, y por cierto, no hay nada más desesperante que seguir señales de tráfico a pie, porque las ves desde lejos y, al repetirse dos o tres veces, el itinerario como que se te repite un poquito.

Cuando acabó la autovía había dos alternativas: autopista o carretera. No tenía otro remedio que coger la carretera, en la que, no sé por qué, me sentía mucho más seguro. Empezaba a ver la línea de cielo de Tours en lontananza, y, para mi grata sorpresa, el río Loira apareció en mi margen izquierda. Caudaloso como él mismo, al otro lado del asfalto se encontraba la abadía de Marmoutier, preciosa y desconocida. La estampa me recordó aquellas tardes de verano, frente al televisor, viendo el Tour de Francia, con el pelotón rodeando algún castillo olvidado.

Todo esto se añadía a mis infinitas reflexiones. Así, 6,4 kilómetros no son nada.

1 comentario:

Mercedes Pajarón dijo...

¡Menudas aventuras, Falete! Jo, me da un poco de envidia...¡Con lo que a mí me gusta caminar en una dirección conocida, pero sin conocer el camino!

Un gran beso viajero!