domingo, 7 de marzo de 2010

¿QUÉ TE PASA TÍO?

Siempre he sido una persona muy silenciosa. Algo difícil de adivinar si sólo se me conoce a través de un blog, y mucho más si mis entradas se dedican continuamente a la crítica, que desde siempre se ha asociado a los charlatanes. Lo reconozco, no me gusta hablar, es algo que he heredado de mi padre, quien pese a su mutismo es tan grandísima persona que siempre me he considerado Príncipe de Andalucía y heredero de unos padres que considero únicos y exclusivos, dignos de un trono tan absoluto como la verdad que cuento.

Este silencio, aparente timidez, me ha reportado grandes beneficios y bastantes pérdidas, si bien la cuenta de resultados es un notable alto en lo académico y laboral, aunque insuficiente en mis relaciones sociales. Hace años, aún en Bachillerato, ansiaba recoger exámenes aprobados con buena nota y dar la noticia a mis padres, quizá para que dejaran de darme el coñazo con el archisabido ''ponte a estudiar''. Pero cuando tenía un 5 o un 6, mirando de reojo las notas de mis compañeros, me sumergía en una profunda reflexión: ¿He hecho lo suficiente? ¿Mi padre hubiera esperado más, dadas las circunstancias? ¿Significa esta nota un antes y un después en esta etapa? ¿Tendrá Fulano una mejor puntuación que la mía? ¿Cómo recibirán en casa de Zutana su marca?

Estas fabulaciones llevaban a mis amigos más próximos a hacerme la pregunta más odiosa del mundo, probablemente una de las cuestiones que más renuencia han levantado en mi estado de ánimo durante la adolescencia (y aún hoy): ''¿Qué te pasa, tío?''

La dichosa pregunta me saturaba los sesos y calentaba su tapa, porque en el escaso margen que me daban para responder tenía dos frentes abiertos en los que combatir: la respuesta que quería dar, y la respuesta que debía dar. La que debía dar era estúpida y asquerosa: ''Nada''. La que quería dar era más elaborada, y por tanto me hacía tan prepotente que me conducía al suicidio social de Durkheim: ''Me pasa lo siguiente: mientras tú te conformas con un puto 5, o sea con estar en el montón, yo estaba tan tranquilo reflexionando sobre mis capacidades de mejoría, sobre mis fallos y aciertos, sobre si este fin de semana debería ceder más terreno al estudio y menos a la diversión, que por otra parte no me vendría nada mal como respiro; sobre si podría aguantar unos meses más estudiando esta fea asignatura, sobre si los que me rodean, incluido tú, van a llegar pronto a la madurez o piensan que la pubertad dura hasta los 30... en todo esto pensaba, hasta que tú has hecho la preguntita''.

El colegio es otro mundo, cosa del pasado, y ahora estoy más cerca del final que del principio de este otro mundo que es la Universidad, para algunos ''la etapa más feliz de la vida'' y para otros pocos como yo la gran frustración, el desasosiego de caer por el embudo de la felicidad a una botella de falsa etiqueta en la que aquellos que nos ahogamos en un vaso de agua aguantamos difícilmente el alegre nado de los demás. A este mundo difícil, cuya próxima transición es la entrada al mercado laboral (unos pocos afortunados nos hemos asomado a él por medio de prácticas; ninguno ha vuelto con vida), se suma un componente más molesto aún que la preguntita de marras: el ruido.

España es, después de Japón, el país más ruidoso del mundo. O sea, el segundo. Qué pronto se dice. Hace unos meses publiqué una entrada que hablaba del tipo de mujer que deseaba, pero olvidé uno de los detalles más importantes: que admire el silencio. Pero no el silencio por el silencio, sino la capacidad de sellar los labios en señal de que hay química en la pareja y de que no se necesita un falso diálogo para romper continuamente el hielo. Y esto no me lo invento yo, ya lo decía Pablo Neruda con lo de ''me gusta cuando callas porque estás como ausente'', y otros artistas que decían que la verdadera amistad se demuestra con el silencio.

¿Sabe la gente que la lengua es un músculo? ¿Está la gente dispuesta a hacer pesas seis horas diarias, dos horas de natación, otras dos masticando chicle, cuatro cargando muebles y otras tantas bajando y subiendo escaleras por puro placer? Lo primero, sí. Lo segundo, no. ¿Entonces, por qué tanto darle a la singüeso?

Cierto es que el metro de Madrid es un convento de salesianas por la mañana, pero cuando llega el viernes, el sábado o el domingo, el subterráneo madrileño se convierte en una auténtica jaula de grillos, y pobre del amante del silencio que trabaje en horas nocturnas, si es que existen amantes del silencio que gusten estar activos de noche.

¿Qué te pasa, tío? Txunda, txunda. El cansino nunca obtendrá la respuesta que desea, porque en cierto modo nunca desea respuesta, sino sólo animar al calladito de turno, y que sea tan charlatán como él. Encontrar un amor que admire los momentos de silencio es más difícil que dar con una chica guapa, inteligente, cariñosa y sin novio.

3 comentarios:

Mercedes Pajarón dijo...

Sintiéndolo muy mucho, no puedo quedarme en silencio tras haberte leído!!

Me has hecho recordar la primera vez que compartí el silencio con mi mejor amiga, siendo quinceañeras. Estábamos sentadas en un banco, viendo pasar la vida, sin decir nada, y tan felices. De pronto, se lo comenté, y confirmamos que cuando existe una excelente comunicación, sobran las palabras.

¿Qué te pasa, tío... que cada entrada tuya en el blog es simplemente genial?

Falete dijo...

jajaja pelotillaaaaa, si fueran tan geniales me comentaría mas gente! (pese a que a diario entran alrededor de 15)... Estamos llenos de cobardes!
muaka

Miguel dijo...

sabes qué te digo? Nada, que yo soy de los silenciosos como tú.

PD- A ver cuando nos vemos sin baterías de Los Brincos locos de por medio...