sábado, 23 de octubre de 2010

CAMINANTE: SE HACE CAMINO AL VOLAR

Hay algo que me pone muy nervioso de los aviones. La gente tiene muchísima prisa por embarcar, por coger un buen sitio, y al llegar al lugar de destino todos quieren salir pitando y dejar su asiento. Entre que un avión apaga sus motores y las rampas de acceso se desplegan pueden transcurrir de cinco a diez minutos, pero a los pasajeros, en Europa, la India o Marruecos, les da igual quedarse de pie durante ese tiempo.

Yo sin embargo disfruto de lo lindo dentro de un avión. Especialmente si el vuelo es transatlántico. Hay varias razones. Empezaré por la causa obvia de que no se viaja en avión todos los días, ni todos los meses. Que cruzar el charco es casi un privilegio.

Este tipo de vuelos lo tiene todo preparado para calmar la paciencia de los viajeros. Películas, dos ligeras pero apetecibles comidas en total y, dependiendo de la compañía, paseo continuo de bandejas con vasos de zumo. Durante una parte sustancial del viaje, además, se cierran por orden del comandante todas las ventanas, para que prime el derecho de la mayoría a un sueño que, con la ayuda de la oscuridad, le libere del aburrimiento y la ansiedad.

A esto se añade el morbo de tener 10 kilómetros abajo todo un océano, que a su vez es kilométricamente profundo, con miles de especies por descubrir. Pero para especies, las que comparten habitáculo durante casi medio día. Empiezas a descubrir el país que vas a visitar cuando te montas en el avión que te lleva a ese destino. Por ejemplo, el año pasado, antes de salir de Madrid a La Habana, con el barullo de tantas familias cubanas, ya casi me sentía en un lugar dictatorial sin seguridad jurídica cuando el aeroplano había procedido al taxi en Barajas.

He hablado de Madrid y de La Habana. Pues bien, aparte de la historia, está la Historia con mayúsculas: si el océano no tiene nubes, cosa rara, uno puede observar las aguas en calma, o turbulentas pero tan lejanas que parezcan en calma. Si tampoco hay petroleros o modernos cargueros que distraigan el vuelo de la imaginación, uno puede colocar, como por arte de magia, las Tres Calaveras, y preguntarse de repente: ¿cómo pudieron llegar? ¿Ocho horas yo aquí metido, con toda la paciencia del mundo, y ellos casi medio año? La Historia sigue: tiene su toque romántico el hecho de despegar de España, una tierra antaño de reyes, exploradores, descubridores y mentores, hogaño con Gobierno socialista, y aterrizar en un país -pongamos Cuba- con estructura directamente socialista, 500 años después de haber sido descubierto al mundo civilizado, como también sus hijos fueron descubiertos con cara de póker ante la llegada de gentes con una cultura avanzada y ninguna sincronización.

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