viernes, 9 de mayo de 2008

PRESPAFÚ, EL PAYASO TRISTE


Tengo un recuerdo tan leve de Prespafú que ni siquiera ahora me acuerdo si realmente era un payaso, un juglar o una simple mascota dibujada rápidamente para la editora de mi libro de lengua de 3º de Primaria. Ese recuerdo, pese a ser leve, es todavía muy vivo.

El payaso desde luego no tiene nada que ver con el de la foto. Era mucho más alegre, y quiero recordarlo como el de Ronald Mc Donalds, aunque posiblemente ni tuviera pelo rizado ni iría con mono amarillo. Lo que sí permanece en mi memoria es su constante riding sobre un patinete, simbolizando posiblemente el pasado, presente y futuro que hacían honores a su nombre.

El lienzo como mucho representaría mi estado de ánimo al buscar al personaje en Internet y no encontrar ni una sola referencia -han pasado ya casi 18 años desde que cargara con ese libro al Colegio- al afable personaje. Si no publicara esta entrada, Google seguiría sin tener ni rastro de Prespafú, y posiblemente seguiría muerto en la desmemoria de mis ahora adultos -al menos físicamente- conocidos y entonces compañeros. Ahora, al resucitarlo, resucito también el hecho de que, desde que fuera elegido para acompañarnos en nuestro libro de lengua -asignatura que no enseñaba entonces perífrasis ni reglas de concordia ad sensum, sino ortografía básica y formas de conjugar el tiempo-, la mascota haya sido y sea para siempre mi calendario mental, que viene a ser Prespafú haciendo malabarismos -va a ser que era actor de circo- con 12 pelotas que no eran sino los 12 meses del año, siendo los 3 primeros amarillos, abril azul celeste, mayo del color de marzo, junio y julio blancos, agosto verde intenso, septiembre marrón (color de la vuelta al cole, quizá), octubre verderón, noviembre morado y diciembre verderón de nuevo.

Un calendario mental que es una fiel reproducción de aquella página del libro de lengua en la que se nos enseñaba el calendario anual. Vamos, que de San Silvestre a Enmanuel había que ir del extremo derecho de la hoja al izquierdo, donde las grapas forjaban el libro en su integridad.

Puedo prometer y prometo que le daré 20 euros al que me encuentre esa página.

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