Dicen que ha sido sólo por un voto y todos los medios han coreado ''mariquita el último'' para sensacionalizar y hacer como si el fenómeno fuera algo nuevo en la Historia reciente de España, cuando en realidad no deja de repetirse con Zapatero en el Gobierno. Las votaciones que salva el Ejecutivo in extremis se dan con bastante frecuencia y sin embargo lo de hoy ha sido un ''Ohhh Gobierno noqueado'', ''ohhhh, gobierno aislado'' por todas las páginas, las mismas máximas que vengo escuchando desde el verano de 2008. Puedo asegurarlo, yo que tengo la mala costumbre de leer los periódicos con un año de retraso.Pero hoy voy a hacer una exégesis del dato en cuestión. Un diputado. Un sólo voto. Con la cantidad de inútiles disfuncionales que copan el Congreso, duele pensar que cualquiera de ellos pueda alzarse como protagonista, pueda sentirse responsable último de la gloriosa aprobación del ilustre recorte (ajuste se empeña en llamarlo la izquierda) del gasto, cosa necesaria, por otra parte, aunque matizable según qué partida.
Por fin, el Gobierno se ha dado cuenta de que en un hogar en el que la productividad de sus miembros es negativa y en el que el (o la) cabeza de familia tiene más pasivos que activos, no se puede tirar más de chequera. Ahora es la gente la que tiene que darse cuenta de que es mentira que el gesto de hoy de Zapatero fuera de cansancio o apuro, acaso congoja. Es su cara de circunstancias de siempre. La cara de ''estamos pasando momentos duros''. Porque lo de hoy ha sido un acto más de esta obra de teatro, Piel de toro, que tiene al público tan encandilado y distraído. Ese único voto no es más que la última croqueta que dejamos en el bar, o la aceituna de la vergüenza. Puro protocolo para consumar una buena estrategia.




¿Por qué le cuesta tanto al pueblo entender que cuando no llegan ingresos a casa hay que apretarse el cinturón? ¡Ya, pero van contra los trabajadores! Por supuesto, la crisis va contra los cabezas de familia, nunca afecta ni a la abuela, ni al arrendador del piso. Es el inquilino el que tiene que moverse.
El que piense que viajando de Holguín a Camagüey va a encontrarse con gasolineras cada cinco kilómetros, unas gasolineras con surtidos a tutti pleni y servicios más o menos exquisitos, está muy equivocado. El retrete de arriba es real, en una parada al borde de la carretera que une las dos ciudades. Sólo había visto una caseta así en la película Las colinas tienen ojos, pero en efecto existen.
Llegué a Camagüey, la ciudad más laberíntica que he conocido nunca. Dicen que la más confusa del planeta. Cuentan las lenguas pedigüeñas que todo se debió a los bucaneros ingleses que asaltaban la Cuba española, hecho que llevó a la Corona a hacer de Camagüey un auténtico laberinto de ratas. Incluso estos roedores son incapaces de vaticinar la lluvia. El 28 de agosto cayó sobre esta céntrica villa la peor tormenta que he visto en mi vida, con rayos golpeando el suelo a pocos metros de mí. Marisol, una panadera de libreta, me refugió en su establecimiento.
